Cortarse la coleta a compás

Salvo el Giraldillo, ¿quién no ha hecho críticas en esta Bienal de flamenco? Hasta los propios artistas las hacen ya. Y si no, ahí están sus madres, padres, cuñados, primos, vecinos o representantes.

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
23 sep 2016 / 23:50 h - Actualizado: 24 sep 2016 / 10:00 h.
"Desvariando","Bienal de Flamenco"

Lo de la crítica flamenca en la Bienal hay que hacérselo mirar un día de estos. ¿Se hace de verdad crítica o son solo crónicas de urgencia? ¿Son los artistas partidarios de ella o están más por el elogio, aunque sea inmerecido? ¿Acabaremos los críticos de flamenco como los futboleros, escribiendo en las butacas de los teatros para colgar las críticas en los diarios digitales, antes incluso de que acaben los conciertos? Es hasta posible que algún día se den los espectáculos en directo por la radio, con comentaristas más o menos duchos. «¡Uy, casi cruza el cante del Loco Mateo con el de Tío José de Paula! Conectamos con el Hotel Triana». «Compañeros, ¿algún acorde de jazz hasta ahora o todo va según los cánones jondos?». «Emocionante noche, compañeros. El olor a jazmín ha embriagado a los palmeros y tocan palmas hasta con las orejas». Un carrusel flamenco, vaya. Todo se andará.

Salvo el Giraldillo, ¿quién no ha hecho críticas en esta Bienal? Hasta los propios artistas las hacen ya. «Los duendes me han acompañado esta noche», he leído alguna vez en las redes sociales. Y si no, ahí están sus madres, padres, cuñados, primos, vecinos o representantes. La crítica flamenca se ha convertido en el deporte nacional, como lo era hace años bailar por sevillanas en las discotecas. Llegas a la oficina de desempleo y cuando te preguntan la profesión que tienes, si no lo tienes claro, dices que eres crítico de flamenco y quedas como Dios. Nunca te van a llamar para darte un empleo fijo, pero te pegas la vacilada. En mi pueblo hubo un muchacho que se fue a trabajar a Alemania. Cuando su madre la preguntó por carta que qué empleo había encontrado, le contestó con mucho arte: «Soy volteador de cubetas mezcláticas, mamá». Y la pobre señora iba por todo el pueblo con la carta en la mano presumiendo de lo lejos que había llegado su Pepito, quien en realidad era el que volcaba los cubos de mezcla en una obra, esto es, peón de albañil.

Tradicionalmente, el crítico de flamenco era alguien muy aficionado que acababa escribiendo en el periódico de su ciudad, se supone que por sus conocimientos. Nadie estudia seis carreras para ser crítico de arte jondo, entre otras cosas porque es una profesión mal pagada. Sí, seis carreras. Según los artistas y los aficionados más exigentes, los críticos tenemos que ser licenciados en Ciencias de la Información, Filosofía y Letras, Música, Danza, Historia del Arte, ingenieros de sonido, luminotécnicos y poetas a ratos libres. Ah, y no leer libros de flamenco, porque aprender de los libros es algo muy de los gachés. Tienes que acreditar que al menos te has emborrachado alguna vez con alguno de esos flamencos que cantan, tocan o bailan bien en un cuarto con el suelo lleno de colillas y mucho vino peleón en las mesas. Y todo para que luego te paguen tres pesetas por una crítica, si es que te las pagan.

A mí tampoco me gustan los críticos de flamenco, sinceramente. Alguna vez he dicho que empecé a dedicarme a esto porque era mi única salida para dejar de hacer calicatas en las calles de Sevilla. Me dolía la cintura, que todo hay que decirlo. Amo el flamenco más que a nada en el mundo, por eso llevo cuarenta años dedicado a este arte y he publicado una docena de libros sobre el género, además de decenas de miles de artículos en este periódico y en revistas especializadas. He tenido la fortuna de ver sobre un escenario, y en privado, a todos los grandes maestros del flamenco, algunos nacidos antes que mis padres: Antonio Mairena, El Sevillano, Manolo Fregenal, la Niña de la Puebla, El Gallina, el Tío Borrico, La Piriñaca, Enrique el Cojo, Farruco, Eduardo de la Malena, Chocolate o Chano Lobato. Pues toda esta experiencia no sirve ya para nada si no sabes qué es un ciclorama o un acorde roto. No digamos un ostinato o un tenuto.

Confieso que, aunque me juegue el puesto de trabajo y la hija de Botín pueda pedirme las llaves de mi casa, estoy cansado de la crítica flamenca, que me aburro ya de estar empotrado dos o tres horas en la butaca de un teatro para contar lo que he visto o escuchado, para que luego el cuñado del artista te pregunte, a veces con mala uva, que dónde has estudiado la carrera de crítico de flamenco. Jamás voy a hacer una crítica desde un móvil en un teatro, porque ni siquiera sé manejar bien un celular. Ni tampoco voy a dejar una crítica hecha antes de ver un espectáculo, para luego dejarme ver en el patio de butacas y salir pitando para otro escenario de la Bienal. Aún no me lo han pedido, pero sé que me lo van a pedir algún día y que ese día tendría que dedicarme a otra cosa.

La Bienal de Flamenco es un gran festival, uno de los mejores del mundo en su género, pero no es perfecto, tiene sus fallos y lagunas y los críticos estamos en la obligación de opinar sobre eso, aunque nos paguen tres pesetas por una crítica. Más importante que la Bienal son los artistas y el propio flamenco y no es de recibo que cada vez que se celebra la cita sevillana salgan críticos hasta en las cajas de mantecados. Medios de comunicación a los que no les interesa para nada el flamenco, cuando llega la Bienal quieren ser más flamencos que Manuel Torres y echan mano de quien sea, sepa o no sepa, para cubrir el evento. Cuando acaba la Bienal, se muere un artista humilde y no sale la noticia en ninguno de ellos, salvo que ese mismo día no sean noticia Belén Esteban o Paquirrín y haya que rellenar páginas.

El 2 de octubre se clausura el festival sevillano con un concierto en el Teatro de la Maestranza del cantaor jerezano José Mercé. Inmejorable escenario para cortarse la coleta como crítico de flamenco, en lo que concierne a la Bienal. Dentro de dos años me habré quedado más obsoleto todavía y hay que saber irse antes de que te den la patada en el culo, aunque sea a compás. Si me dejan haré méritos en esta casa para escribir de otras cosas, desvariando o sin desvariar, sobre flamenco o los campos de margaritas de Palomares en primavera. No estoy ya para tantos trotes y, al fin y al cabo, lo que me gusta es escribir y disfrutar del flamenco. La Bienal no me necesita y, sinceramente, sabré vivir sin ella.