Cosas del Paleolítico

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19 abr 2016 / 18:01 h - Actualizado: 19 abr 2016 / 18:07 h.
"Sexualidad"

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Mi educación sexual comenzó a la edad de siete años en la fiesta que una amiga del colegio daba cada mes de marzo. Tras la merienda y antes de permitirnos ir a jugar al parque, su madre nos reunió y dijo: «Niñas, no se habla con desconocidos; si algún hombre se dirige a vosotras, le dais una patadita en la entrepierna y echáis a correr».

Repitió aquel consejo hasta que fuimos adolescentes, pero aquella primera vez yo aún no sabía lo que era la entrepierna, así que cuando un señor mayor –que dijo ser el padre de la anfitriona– me llevó a casa en su coche, hablé con él normalmente y no me atreví a patearle en ningún sitio.

La segunda enseñanza llegó cuando tenía nueve. Una compañera de clase trajo al recreo una diapositiva robada a su padre, médico de profesión, en la que se veía la pierna de una mujer con un sarpullido terrible, y en lo alto de la cara interna del muslo, ya casi fuera de plano, un vello púbico, grueso, negro, rizado. Aquel pelo causó conmoción; hubo incluso quien afirmó que a todas nos saldrían cuatro o cinco como ese cuando nos hiciéramos mayores. En verano otra amiga del campamento me contó cómo se hacían los niños. Según su relato, el sexo de mi marido entraría en mí la noche de bodas como una especie de tentáculo creciente y teledirigido, aunque estuviéramos a varios metros de distancia el uno del otro. Al cumplir los doce, una profesora contratada con ese único fin, dibujó en el encerado los aparatos reproductores del hombre y la mujer y nos explicó lo que eran las trompas de Falopio, el endometrio, el istmo uterino, los testículos y los cuerpos cavernosos y esponjosos.

Y bueno... lo poquito que me faltaba por saber lo aprendí ya por mi cuenta.