Nadie de los que a mi alrededor defienden el derecho a decidir es capaz de cuantificarme el precio de un referéndum. Y no me refiero al coste electoral, que va de suyo, sino a cuánto estamos dispuestos a ofrecer en términos de competencia y financiación privilegiada para que los ciudadanos llamados a decidir prefieran quedarse con nosotros en vez de irse. Conviene recordar que el referéndum escocés se planteó en términos de status quo. Cameron, primer ministro británico y jugador de casino a lo Dostoievski, no estaba dispuesto a ofrecer ni un gramo más de financiación o autonomía, el referéndum sería un órdago, sí o no, o te quedas o te vas. Sin embargo, hechos son amores y no buenas razones. Cuando el independentismo empezó a subir en las encuestas como opción creíble, no hubo más remedio que sacar de su casa al admirado Gordon Brown para que prometiese a los escoceses grandes ventajas si decidían quedarse. A la oferta final que tuvieron que hacer desde un mitinero atril la llamaron Devo-Max, por lo que tenía de devolución a Escocia de importantes competencias y por la generosa concesión económica que implicaba.
Si llegásemos a este punto, permítanme que prefiera negociar sobre todo esto en torno a una mesa con todas las partes implicadas. Además de poder discutirlo en un ambiente de mayor racionalidad, la decisión final que resultase contaría con un mayor consenso: acuerdo entre Estado y territorios, presencia de todas las posibles ofertas y contraofertas y reconocimiento de la existencia de mínimos comunes indisponibles. Lanzarse a un referéndum porque sí, sin saber siquiera qué se puede ofrecer o hasta dónde estamos dispuestos a llegar es, cuando menos, políticamente delicado, salvo que dé igual que se queden o se marchen. Pero el asunto no nos resbala.
Hay en el fondo de esta discusión otra verdad que no podemos soslayar por su gravedad. La de si los españoles somos realmente un pueblo soberano como dice la Constitución. Los que cabalgan sobre la ola del derecho a decidir de los pueblos han encontrado en la idea de la plurinacionalidad el principio de la historia: no habiendo soberanía común, cada territorio es dueño de la suya, ¡viva la Confederación!
Mirémonos en Italia que, por cercana, puede servirnos de espejo. La Corte Constitucional italiana dijo en 2015 a la rica región del Veneto que no es posible un referéndum sobre su independencia toda vez que el pueblo italiano existe. Asimismo le prohibió que hiciese un referéndum con la siguiente pregunta: ¿Quiere usted que no menos del ochenta por ciento de los impuestos devengados por los ciudadanos del Veneto se utilicen exclusivamente en nuestra región? Hay cosas que por vergüenza es mejor no preguntar, pero con la crisis perdimos hasta la compostura. Algo de hipocresía nos vendría muy bien. Tanta sinceridad duele.