Cruceros

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11 jun 2016 / 19:04 h - Actualizado: 11 jun 2016 / 19:09 h.
"Turismo"

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En los descampados del aire que el tajo del río abre en nuestra ciudad cortando de orilla a orilla la continuidad de los edificios, te encuentras a menudo levantado de la noche a la mañana, un bloque de pisos como recién construido, asomando impresionante sobre los arbustos de las rotondas de Los Remedios y La Palmera y sobre las barandas del puente. Son los cruceros que nos visitan y a los que les pasa lo mismo que a la torre Pelli, que como rascacielos casi es de bolsillo comparada con los referentes mundiales o incluso nacionales pero que impacta en el canon métrico de nuestra estética urbana. La que casi nunca se acomplejó por la obsesión del tamaño y sí se dejó guiar por la proporcionalidad estética de lo humano: en nuestro urbanismo y nuestras fiestas está el mejor ejemplo. Así la invasión visual de estos barcos que en los puertos de Barcelona, Palma o Algeciras pasan a diario desapercibidos, aquí, a cuentagotas, nos asombran y nos proyectan una sensación infeliz de bonanza turística y económica, tan alegre de espejismos como aquellas bandas de la dársena repletas de embarcaciones en las Ferias de antes de la crisis. Buenos son como síntoma incipiente pero si esa fuera la panacea, los aludidos puertos serían la Castilla del Oro que tampoco parece que sean. Seguimos con el río desaprovechado. Seguimos embarrancados en un debate del dragado en que ojalá todo concluyera en la razón–y no los intereses y demagogias– de ambas partes: encontrar la modernidad salvaguardando el equilibrio ecológico que no se basa en un poco más o menos centímetros o de salinidad sino en la aberrante muerte que arrastra hoy un Guadalquivir de aguas achocolatadas y en cuidados paliativos. A propósito recomiendo, y casi como manual escolar obligatorio que debería imponer la Junta, el Viaje por el Guadalquivir y su Historia de Eslava Galán por el que acabo de descender con gozosa lectura. Por eso, sin ánimo de desgarrar las comisuras de Sevilla y Triana con la ordinariez de ese crucero «más grande del mundo» que ha sido noticia reciente y en el que me imagino tal rebaja de billetes, tal masificación de viajeros y tanta travesía cutre (donde esté el placer de un velero de doce metros no más, que se quite tal exceso de navegación diseñado para no mirar ni sentir el mar), y sin someternos al puro negocio devastador, seamos más ambiciosos, dejemos ante estos cruceros el «ohhhh» cateto propio de los fuegos artificiales y reclamemos más (cantidad y calidad) porque Sevilla lo merece.