Los medios y los días

Cruces de Mayo

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23 may 2019 / 07:00 h - Actualizado: 22 may 2019 / 18:02 h.
"Los medios y los días"
  • Cruces de Mayo

Vuelvo a las batallitas del abuelo Ramonchete que era el nombre cariñoso que me tenía mi padrino, el pequeño empresario heladero y valenciano Ramón Ballester. Total, los políticos ya tienen sus voceros y el Poder de verdad goza de oídos y ojos por todas partes, yo sólo me tengo a mí mismo y ahora a la Red para decir mis pamplinas. Voy a aprovecharme y abusar de la paciencia de mis cuatro o cinco lectores.

Este mes es el de las cruces de mayo y el de con flores a María que madre nuestra es. Lo segundo, lo de las flores, me lo “imponían” en los colegios religiosos en los que tuve la fortuna y la desgracia de educarme. En la vida todo sirve para algo, hasta lo que creemos que no sirve para nada sirve para algo que es para eso, para nada. Desde luego mi educación religiosa y luego marxista me han sido de gran utilidad porque me han permitido reeducarme. Lo de las cruces de mayo era asunto nuestro, de los amigos de mi barrio de San Vicente.

Íbamos a la fábrica de helados de mi familia, le pedíamos a mi padre un cajón de madera vacío, claro, de los que llegan con artilugios dentro para fabricar helados, luego nos llegábamos por la carpintería de la fábrica, allí estaba mi primo Antonio, el mejor carpintero que he conocido que para eso es mi primo hermano, le pedíamos cuatro tablas para las patas del “paso”, puntillas, martillo y cuatro tarugos de madera algo estilizados y cuadrados para elaborar los candelabros que eran cuatro latas vacías de leche condensada La Lechera abiertas por la parte superior a las que quitábamos las etiquetas, las rajábamos con tijeras, en gajos, hasta la mitad, y doblábamos las “hojas” hacia dentro al tiempo que les pegábamos unas velas en el interior y las clavábamos en la parte superior de los cuatro tarugos. Las velas, ya de noche, encendidas, nos parecían candelabros de plata y de verdad.

En casa Blas –una tienda parecida al quiosco de Toni Leblanc en Cuéntame cómo pasó- o por otros pagos, comprábamos unos pliegos de papel de color rojo para hacer los faldones. El “paso” iba sin respiraderos y lo llevaba un sólo sujeto que si era largo de estatura se veían más piernas que paso pero al menos la cruz iba alta, con su sudario y todo y con adornos en papel también de colores a sus pies a modo de flores.

Faltaban los romanos detrás del paso y sus tambores. Con cajas de zapatos, pegamento y unas tijeras elaborábamos los cascos a los que añadíamos las “plumas” que también eran de papel rojo. Los tambores los sacábamos de esas latas grandes y redondas de conservas que nos daban en las tiendas del barrio, un par de agujeros, una guita para atártelos a la cintura, dos palos y a dar porrazos, ¡qué ruido hacía aquello! La gente del barrio nos veía pasar y se reía, no conservamos, que yo sepa, ninguna foto, ahora se hacen millones de fotos al día pero entonces no había dinero para esas cosas y, es más, ni pensábamos en ellas.

Cuánto daría por meterme en el túnel del tiempo para ver aquello. Era feliz pero no lo sabía, sólo lo gozaba, sin saber que ahora iba a estar solo, mis amigos por ahí, desperdigados, el barrio solitario y en silencio, y servidor delante de un teclado, adaptándome a estos amaneceres digitales. Aquello era puro quehacer de niños, eran nuestras cruces de mayo, los mayores nos ayudaban pero seguían en sus faenas, se estaban quietecitos para ver finalmente el resultado de todo aquel ajetreo protagonizado por una pandilla de chavales que hasta elaborábamos las papeletas de sitio que te daban derecho a hacer el recorrido por tres o cuatro calles del barrio. Confieso que he vivido.