Cruces de mayo

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13 may 2017 / 23:24 h - Actualizado: 13 may 2017 / 23:30 h.
"La trastienda hispalense"

Días antes de una gran batalla que Constantino El Grande tenía que dirimir con un enemigo fuerte y de superior grandeza, tuvo un sueño en el que vio la Cruz de Cristo entre destellos y sobre la misma, las palabras «In hoc signo vincis (con esta señal vencerás)», por lo que mandó hacer una cruz que colocó, entre sus estandartes, al frente de sus tropas.

La victoria sobre los bárbaros fue tan contundente, que el emperador se convirtió al cristianismo, se bautizó y envió a su madre, Santa Elena, a Jerusalén para buscar la Cruz de Cristo, la cual, ayudada por expertos antropólogos de la época, encontró en el Monte Calvario, acompañada de dos cruces más, después de demoler el templo a Venus que el emperador Adriano había mandado construir sobre el Gólgota o Monte de la Calavera.

La elección de la verdadera se hizo, dice la leyenda, recostando sobre las mismas a personas enfermas que sanaban, incluso a fallecidos que resucitaban, todos, en la misma Cruz, la que desde entonces se venera en dos fechas eclesiásticas, la del gran hallazgo de la Vera+Cruz, que se celebra el 3 de mayo, y la de la Exaltación que se conmemora el 14 de septiembre.

Y estamos situando en el año 325, la fecha de estas fiestas primaverales que cronistas de distintas centurias la sitúan con diferentes orígenes, siendo el más creíble, el que os he contado y por el que la Roma subió a los altares a la emperatriz Elena, convirtiéndola en santa.

Sea como fuere, las Cruces de mayo, como las conocemos y a razón de grandes lagunas documentales, datan del siglo XVIII, principalmente del XIX. Fiestas populares, extendidas por toda España, que mezclaban las tradiciones religiosas con las paganas y que, con diferentes formas de celebrar la fiesta, todas coincidían en la veneración a una Cruz, generalmente de flores, colocada en el centro de corrales, corralas, patios o plazuelas, alrededor de la cual se engalanaba el lugar, casi de manera faraónica, con enseres de bronce, quinqueles, cuadros costumbristas y mantones bordaos con el ingenio y la fantasía de los vecinos y parroquianos que con mayo, me hacen volar a un corro de niños haciendo cadenetas de colores que pegábamos con argamasa de harina y agua. Se acercaba la gran fiesta, la que nos traía, bajo palio, el «pan de la vida» para nuestros mayores enfermos e impedidos. Y como si fuera un edicto popular, había que limpiar, blanquear, regar y adornar nuestra casa, la que al son de cornetas y tambores se llenaba de Dios. Y no faltaban las tinajas de sangría, el tinto garrasposo de las viñas de Oriente, el serpentín de cerveza del Humilladero y los mejores sabores culinarios de las cocinas de nuestras agüelas, las que revoloteaban sus enaguas al son de un pianillo percutiendo sevillanas... La torre de Sevilla se está cayendo, Santa Justa y Rufina la están teniendo. Mira Rufina, cuidao no se te caiga la torre encima. ~