Cuento sevillano

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28 abr 2018 / 21:08 h - Actualizado: 28 abr 2018 / 23:07 h.
"La trastienda hispalense"

Mi participación en el Día Mundial de la Voz, en el Maestranza, con una pequeña charla sobre las aventuras y desventuras de mi garganta, me dio la fuerza exquisita y la energía desmesurada para batirme en duelo con mi próximo reto creativo que responde al nombre de Tierra, a la par que amaino el temporal de ofertas que, gracias a Cristo. Pasión y Esperanza, estoy teniendo desde muchas ciudades de España... Argentina, Perú y Méjico también nos reclaman.

Tierra lleva, sin prisa pero sin pausa, el sueño de un viaje que nos recordará la gran odisea que Magallanes y ElCano, junto a casi trescientos marineros, llevaron a cabo para dar la primera vuelta al mundo.

Paralelamente, Cristo forja en la fragua de las evoluciones, las muchas mejoras que una obra diez, necesita para estar entre los principales espectáculos de lengua hispana.

Mientras tanto, escribo un cuento sevillano, cuya sinopsis dice así:

Cuando aún era un niño, la imaginación me regaló un centauro blanco al que puse de nombre Barrio. Era hijo de Quirón y a diferencia de los de su raza, era bueno, sabio y amable. Lo conocí, entre saltos de piolas y sueños de plazuelas. Y nos hicimos amigos, de amor y sangre. Nadie lo veía, tan solo yo y algunos seres especiales que encontrábamos en nuestras correrías por la tierra sobre la que cabalgábamos a la búsqueda de la verdad de pueblos y razas, de historias y leyendas, de costumbres y fábulas, de aprendizaje y cultura.

Pura antropología que viví con él durante años. Nunca me dejó solo, siempre cuidó mi enseñanza... Era gran conocedor de los números, de las lenguas, de la música, de la métrica, de la vida. Y conmigo vivió hasta que enfermé por un mal letal con el que trotamos, como San Pedro, cientos de años, a la búsqueda de mi sanación.

Convencido de mi muerte, no cesó de galopar hasta alcanzar la cima más alta que jamás había visto, donde exhausto murió entre mis brazos, dejándome en el gran nido del Ave Fénix, poseedora del fuego y la luz, donde sus lágrimas curativas resucitaron mi alma y con ella mi afán de seguir mi camino de creación. Sobre ella volé hasta el calvario de Cristo... Pura pasión con la que ahora me dispongo a emular a los grandes héroes que dieron la primera vuelta al mundo. Danzas triviales y extrañas civilizaciones, agua, paz y gloria, luchas y temores, emociones y hallazgos, flores, plantas y especias...

Y todo, desde el Muelle de las Mulas, en el profundo y gran río, Guadalquivir de oro y universalidad, Sevilla de grandeza, Sanlúcar, puerta del mar, agua, cielo, tierra, mundo...

Tierra, Tierra, Tierra.