Cumplir años y pensar, todo es empezar

La vida del revés

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02 feb 2018 / 22:01 h - Actualizado: 02 feb 2018 / 22:03 h.
"La vida del revés"

Pensar una vida entera es cuestión de paciencia y de cordura. Aunque puede hacerse en un par de segundos. Intente recordar su niñez... Tantos años y se pueden pensar en un instante. Claro que sí. Porque la reducción del pasado es brutal. Limitamos años enteros a una sola sensación. La de libertad, por ejemplo. O la de felicidad. O la de desdicha.

Julio Cortázar ya enseñó en su cuento El perseguidor que entre parada y parada de un viaje en metro pueden pasar por la mente años de existencia. Un relato muy recomendable para el que quiera acercarse a las distorsiones espacio-temporales que en literatura se producen con cierta frecuencia y mucha facilidad. La literatura de Cortázar es un tesoro que cualquier ser humano debe disfrutar.

Pero puede ocurrir justo lo contrario. Podría ser que estuviéramos dándole vueltas a un segundo de nuestra vida horas y horas. Sin parar. Por eso es cuestión de paciencia. Y de cordura, creo. No estoy seguro de que eso sea lo mejor.

Podemos llenar una vida con el pensamiento de un segundo. O quizás, un segundo envolverá una vida entera al pensarla. El tiempo es así de flexible. Y así de peligroso puesto que nos puede confundir para provocar que reduzcamos lo importante en exceso o que demos una importancia excesiva a lo que, sencillamente, no la tiene.

«Tomé un último trago de aquel elixir y tuvieron que pasar veinte años hasta que lo pude hacer por segunda vez. Recordaba el sabor perfectamente». ¿Lo ven? Veinte años en un par de frases. Cuatro segundos, casi cinco de lectura. Una sensación esperada durante tanto tiempo se convierte en unos segundos. Es lo bueno del tiempo. Lo podemos estirar o encoger a nuestro gusto. Y, si se tiene cuidado, no pasa nada.

Estoy a punto de cumplir cincuenta y cuatro años. A pesar de haber nacido el 29 de febrero, a pesar de ser una fecha que no aparece en los calendarios casi nunca, cumplo años como cualquiera. Ya quisiera yo que no fuese así. Miro atrás y no sé qué hacer. Podría decir y pensar que he sido feliz, que sigo vivo o algo parecido. Mi vida reducida a un instante gracias al lenguaje. Pero podría dedicarme a escribir páginas y páginas relatando todo lo que recuerdo de esos años. Desde la primera imagen que conservo hasta este mismo momento. La vida narrada intentando detallar cada segundo.

Me temo que es lo mismo. No sé si vale la pena el esfuerzo. ¿Es necesario recordar cómo fueron mis primeros quince años de vida? ¿Quizás sea mejor centrar los esfuerzos en lo que sentí el día que mi madre me soltó la mano en la puerta del colegio y pensar ese instante una y otra vez? No lo sé. Prefiero reflexionar sobre lo que queda por delante. Treinta años o un par de minutos. Depende de cómo lo quiera mirar. Imaginar cientos de días por vivir o un momento que se puede recordar entre el primero y el segundo cuando subes en el ascensor. No sé.

Y el caso es que mola tener esa posibilidad. Treinta años o dos minutos. Lo que yo quiera.

Lo que no puede ser es lo obligado, lo que encorseta. Dicen muchos (de tanto hacerlo han dejado casi vacío de contenido lo dicho) que en la vida hay que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Es decir, es obligatorio dejar tu código genético funcionando en este mundo, tu capacidad intelectual plasmada en un montón de papeles para hacer del cosmos algo más ancho y una muestra de actitud ecológica que sirva para mejorar la calidad futura del entorno. Y eso es lo mismo que decir «si nace usted en el planeta tierra está obligado a pasar a la posteridad».

Si no lo consigues parece que tu vida es un fracaso. Qué cosas ocurren en el mundo. Hay que ver.

Debe ser por eso por lo que las parejas, generalmente, traen un niño al mundo aunque luego le cuide una persona ajena o la abuela. Un incordio que te hace sentir un poquito más inmortal. Debe ser por eso que todos nos llevamos las manos a la cabeza viendo como el mundo se reduce a un gran estercolero aunque nadie mueva un dedo para impedirlo. No plantamos árboles, pero no queremos que los talen. Hemos sustituido eso de plantar un pequeño abedul por reciclar los periódicos del domingo que son enormes. Cuela. Y debe ser por eso por lo que muchos quieren escribir un libro, por lo que aparecen escuelas y talleres literarios como por arte de magia. Que ese libro sea una estupidez o que nunca sea escrito es lo de menos. La intención es lo que cuenta.

Pero los hijos se morirán pasados unos años, los árboles se secarán o serán talados (pobre nuestro pequeño abedul) y los libros no los leerá nadie. Así que los más prácticos eligen caminos más derechos, sin tanta curva. Ponen un enorme busto de bronce sobre su tumba y arreglado. Aquí cada uno hace lo que puede.

Lo importante es ser inmortal o creerlo. Una forma de vida bastante aburrida que no permite a las personas ser lo que deberían ser.

En fin, que cumplo otro año y me pongo a pensar en cosas que no debo. Y eso. ~