De la épica del trabajo académico

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13 jun 2017 / 15:59 h - Actualizado: 13 jun 2017 / 16:01 h.
"Excelencia Literaria"
  • De la épica del trabajo académico

De la épica del trabajo académico

Por David Fuente. ganador de la II edición www.excelencialiteraria.com

La curiosidad abre decenas de puertas en un primer momento. Gracias a ella uno corre como un chiquillo: husmea todos los recodos con los ojos abiertos, se maravilla de cruzar un umbral tras otro y se exalta, con efusiva ingenuidad, ante el interés que cobra cada detalle. Pero no tarda en aparecer una entrada bloqueada por zarzas. Hay que limpiarla trabajosamente. Después vuelve el frenesí enriquecido, pues aparecen más cosas nuevas, todo lo que estaba oculto. El olor a cerrado es testigo de un secreto que se está revelando... Y luego llega la paradoja más grata: a mayor inmersión, más luz. Y el pozo parece no tener fondo, lo que ni siquiera importa, ya que es allí donde parece que se encuentra realmente la vida. Las cosas cotidianas se organizan para que no molesten demasiado. Hasta uno mismo no quiere molestar a su propio trabajo. Cuesta incluso hablar de otra cosa.

El ajetreo sistematizado va haciendo avanzar más rápido, pero no se tarda demasiado en chocar contra otra maraña de pinchos. De nuevo, herramientas y horas para avanzar dos, tres metros. Más tarde el camino se hace cada vez más complejo. Recordar el punto de salida se vuelve una responsabilidad. Cada paso, y ya son miles, arrastra el peso de la cautela. Pero detenerse no es una opción; hay que avanzar, avanzar y avanzar.”

Con el bagaje de todos los rincones conocidos y los detalles anotados, toca dibujar el plano. Para entonces la primera curiosidad se ha convertido en unos grilletes atados al escritorio. Nada queda del ensimismamiento primero, de toda aquella agitación. La luz violenta y reveladora de la antorcha en el laberinto cede el paso a un flexo, frío y estático. Sin embargo, a pesar de la molestia metálica en los tobillos, los ojos cansados se apoyan de tanto en tanto en una media sonrisa. Junto a la emoción primera también ha desaparecido la perspectiva ingenua, la simpleza inicial, los destellos superficiales. Toda la historia profunda y compleja está allí: los mecanismos ocultos de aquellos lugares que fueron misteriosos, los encuentros derivados de los tropiezos y de las audacias, los frutos del millón de pasos que se acumularon, uno a uno, como montañas de lentejas y hasta la sorpresa por el propio material sistematizado. El panorama entero está extendido sobre el escritorio, solo a falta de unos zurcidos.

Buscando una aguja en un pajar, se logran suficientes como para forjar una espada. El fuego se oxigena como sea: a ratos, a soplidos; a ratos, a suspiros y, en la fatiga, a jadeos. Incluso hay quien llega a los sollozos. Con el trabajo al rojo vivo, solo faltan unos martillazos, los últimos golpes firmes, para terminar de forjar el fruto de esa primera curiosidad. Cuesta recordar cómo fue al principio, lanzada por la pendiente de sus muchas dudas y apoyada en el tanteo de un puñado de certezas, tan pertinentes entonces como ya superadas.

Pero la tarea aún no ha concluido. Habrá que esperar hasta el pulido final para ver reflejada, si lo merece, la propia sonrisa.