De la inmoralidad a la confrontación

Si la izquierda verdadera se reorganiza y unifica como confrontación real al sistema imperante, hay una oportunidad; si vamos por la adaptación al medio y sólo nos interesa el poder, no necesito alforjas

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30 oct 2016 / 12:00 h - Actualizado: 30 oct 2016 / 12:00 h.
"Política","España sale del bloqueo"
  • De la inmoralidad a la confrontación

Por Sergio Villalba Jiménez, profesor de la Universidad de Sevilla

Hay un mantra repetido que pretende hacernos ver que todos nos podemos respetar aunque no compartamos valores comunes, ya que las ideologías, las culturas o las religiones son capaces de vivir en un orden idílico bajo el neón celestial de la democracia. Y es cierto que ese sistema es el mejor, pero siempre y cuando exista de forma generalizada entre la ciudadanía un alto nivel de formación ética y un compromiso colectivo por el bien común, añadiendo que para que funcione institucional y socialmente no debe haber injerencia ni control por parte de agentes externos, supranacionales o ajenos a la propia comunidad que decide sobre su destino. El mundo globalizado es un eje de poder de unos pocos sobre muchas almas que en diversos grados de miseria o supervivencia saltan al son que les dicta esa minoría. Los gobiernos de los distintos países vociferan orgullosos que son democracias avanzadas, aunque en las más acrisoladas y veteranas eso signifique elegir entre dos opciones muy parecidas. Es más, como aquellas dos marcas de refresco de cola cuya leyenda urbana dicen ser la misma, la alternancia de dos caras de una misma moneda han homogeneizado el panorama político como una panacea irremediablemente avalada por los agentes económicos, financieros y mediáticos, que hacen marcar bajo el hierro de radicalismo demonizado a todo aquello que lo cuestione.

Algunos hemos afirmado reiteradamente que la Transición Española fue en realidad un pacto de renovación del viejo y dual modelo decimonónico de poder, con un escenario que incluía la agonía de un dictador, la parsimonia de una Europa complaciente con 40 años de tiranía, la intervención utilitarista del amigo yanqui, la anulación de un comunismo ninguneado, la salida redentora de una Iglesia cómplice que seguiría receptora de prebendas públicas, el apocamiento del ruido de sables, la vuelta al inútil pero efectista papel de reyes y príncipes, y sobre todo... el visto bueno de unos dueños y ejecutores del capital que ya veían claro aquello del neoliberalismo como modelo único de depredación y pax de los sumisos.

En estos días vivimos una exaltación de la necesaria estabilidad institucional como si fuera algo creíble y honesto. Con una espada de Damocles de 5.000 millones en recortes en la primera mano de la partida que comienza, la Troika comunitaria respira tranquila sabedora de su poder inmenso ante cualquier conato revolucionario. Los griegos lo han aprendido bien: periódico en el hocico y la mitad de la ración... y dando gracias que ya sabéis como adorna un galgo un árbol. En España hace no mucho tiempo, 1.000 euros era un sueldo indigno, hoy 600 y un contrato basura es Jauja. Con unos sindicatos cuasi desmantelados, patronal y banca mandan a sus anchas mientras que el miedo, la ignorancia y la pasividad se instalan en el ciudadano medio que acepta el látigo si rumia pasto seco y escaso todos los días.

En este discurrir, intelectuales y activistas pedían un acuerdo de PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos, lo que me hacía pensar que la ingenuidad o el desconocimiento político se habían asentado en un sector potencialmente redentor de nuestras miserias. La retranca despreciativa del señor Rajoy y su emulación política de Don Tancredo le ha ido de maravilla. Con ocho millones de personas que reiteran una opción conservadora, corrupta, privatizadora y represora de derechos básicos, increíblemente es capaz además de ser apoyado por la formación de Albert Rivera que se presume digna y responsable pero que debe tener amnesia anticorrupción cuando mece el incensario al abad gallego; y qué decir de un patético socialismo descafeinado en la época de Suresnes y aliñado en Maastricht, que no duda en amputarse las piernas por mandato de la alargada sombra felipesca y de su delfina, con un séquito que obedece por orden directa o se expone a la defenestración fulminante.

Si seguimos la difusa senda de la izquierda, Unidos Podemos pierde un millón de votos mientras se aclara si es socialdemocracia o marxismo, si calla y pacta o ladra y muerde. Donde dije cogobierno socialista vuelvo a llamarles casta y les arrojo cal dialéctica. Esgrimen dignidad fagocitando a Izquierda Unida y trazando transversalidades imposibles en toda una amalgama de «nuevo frente popular» entre mareas y compromisos en común (sería bueno revisar por qué se perdió una República-Guerra con esa fórmula). Si no salen las cuentas, los delirios prosiguen en unas cábalas de contabilidad electoral creativa que tira caña en el caladero independentista, dando igual que sea una ERC en romance con la derecha de Mas, las CUP, Bildu o el propio PNV... menudo cachondeo ideológico... son «estrategias» –me dicen– para lograr el cambio social. Relegados a una más que probable oposición pírrica frente a una tríada precaria pero evidente, veremos el discurrir de una legislatura propensa al choque y los equilibrios imposibles. Quizás es cuestión de tiempo –que decía el otro– pero aunque el paso de generaciones aclare la densidad de otras épocas, el poder se encarga de adoctrinar y amedrentar a partes iguales las nuevas quintas. Si la izquierda verdadera se reorganiza y unifica como confrontación real al sistema imperante, hay una oportunidad; si vamos por la adaptación al medio y sólo nos interesa el poder, no necesito alforjas. Detesto que se cambie de opinión y valores o se modulen y adapten según necesidades, aunque hay quién dice que eso es la política, articulada en el pacto y la cesión de intereses a cualquier precio. Un peculiar personaje de nuestra historia oscura decía que mientras millones de familias españolas vivan miserablemente, no puede ni debe haber paz, apostillando que no puede haber vida nacional en una patria escindida en dos mitades inconciliables (en varias mitades, añado).

Al final va a ser verdad que te entran ganas de liarte a garrotazos con todo y todos. A riesgo de acabar sordo moralmente y con pinturas negras en mis paredes, voy a seguir agarrándome a las lascas del ser civilizado, que educado en la quimérica bondad contempla cómo se desperdicia otra oportunidad de convertirnos en la añorada Arcadia.