De la ‘revolution’ a la ‘devolution’

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10 sep 2017 / 10:00 h - Actualizado: 10 sep 2017 / 10:00 h.

Ninguna revolución sale gratis. Afrentar al poder establecido tiene un alto coste. En épocas pretéritas diría que con altísimo precio, se ganaba o se perdía a sangre y fuego; hoy sucede de forma más civilizada, pero no por eso menos dolorosa. Nos preguntamos cómo terminará la aventura del procès, cuando todos sabemos la respuesta. Hay un cierto ejercicio de cinismo en nuestro proceder, quizás porque prefiramos que sea otro el que dé las malas noticias. El Estado –y el democrático lo es de la forma más poderosa que se haya conocido– tiene medios, procedimientos y sobre todo legitimada determinación para sofocar cualquier peligro que amanece su supervivencia. Max Weber lo definió como el monopolio de la coacción física legítima. Saboreen la frase antes de seguir leyendo. ¿Que cómo acaban las revoluciones que fracasan? Pues con la lectura de sentencias que imponen la inhabilitación, el pago de multas millonarias y la cárcel para todos aquellos que se colocaron irresponsablemente al frente del desafío secesionista. Todos sabemos que esto es así y, sin embargo, la revolución está en marcha y no parece que se vaya a parar.

Ahora bien, pensar que con estas medidas podremos dar por cerrado este vergonzoso capítulo de nuestra historia en común es una quimera que solo la tienen como cierta los que tienen al Estado como puro y absoluto poder coactivo. Pero no aquellos que lo creen como el ente ideal para la convivencia de una ciudadanía en igualdad, como el compromiso generoso de un pueblo que quiere compartir la vida. El Estado, si se puede decir de otra forma, como voluntad popular de Constitución, entendiendo este término como contrato, como pacto social que renovamos implícitamente todos los días al despertarnos.

Después del 1-O, Cataluña seguirá ahí, y seguirá estando tal y como es, exactamente como la hemos visto estos días. Imaginar que el pueblo catalán va a dejar de pensar como piensa por más guardias y jueces que pongamos es razonar estúpidamente. Ni la policía ni los tribunales pueden obligarte a cambiar de opinión, mucho menos prohibirte que defiendas lo que creas. Esto último forma parte del contenido más nuclear del concepto de democracia, de nuestra dignidad.

Ahora viene lo difícil. Toca hablar de Cataluña y solo de Cataluña. Una Cataluña que debe decirnos con sinceridad qué lugar quiere ocupar entre nosotros, pero que debe estar dispuesta con lealtad a escuchar las razones y comprender el sitio que podemos darle. Lo diré de otra forma: es la hora de federar la diferencia para vencer la revolution. Canadá con el Quebec y el Reino Unido con Escocia, hicieron de la devolution –de la oferta de más y mejor autonomía–, su arma más poderosa. Es hora de sentarse a hablar para hacer del 2018 un año revolucionario, en el buen sentido del término. ~