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De vuelta

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25 oct 2016 / 22:34 h - Actualizado: 25 oct 2016 / 20:34 h.
"Fin de pista"

No sé cuántos años habían pasado desde el último encuentro pero, al bajar del coche, sentí el mismo olor a leña y tierra mojada. Las nubes que han espantado el verano ampliado también empapaban las eras abandonadas y las tapias desvencijadas pero el pueblo, más allá de los endiablados nudos de autovías que han partido los sembrados, seguía dibujándose más allá del río y su puente; de los cerros terrosos y las viñas peladas; de los olivos centenarios y hasta de esos modernos molinos eólicos que han disfrazado el horizonte de la niñez. La piedra caliza de la altísima torre de la iglesia y la cúpula del convento seguían siendo los vértices de aquel cruce de recuerdos –calle empedrada, muros de yeso, historias y caras de otro tiempo– que habían arado surcos en la memoria y en el alma.

Pero aquel decorado sentimental también había sido la tramoya en la que se habían movido rostros, afectos, manos tendidas, sonrisas congeladas en marcos de plata y la calidez de estancias perdidas que se empeñan en volver mientras sopla este viento húmedo del otoño pleno. ¿Nos habíamos marchado alguna vez? El viaje de vuelta tuvo el sabor de reencontrar lo que se creía perdido pero algo de nosotros no se había marchado nunca de aquel pueblo de yeso, piedra y barro. Rafael Montesinos escribió, en esa maravillosa pieza llamada El rito y la regla, que el recuerdo escoge el camino más corto para herirnos. Bastó ese olor a leña, el viento húmedo del otoño y el frescor de la tierra mojada.