De vuelta a la normalidad

Lo primero que voy a hacer el lunes es averiguar dónde leches se quedan los calcetines ejecutivos que no te devuelve la lavadora y llevar a la lavandería las chaquetas que he tenido que ponerme estos días

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
30 sep 2016 / 23:58 h - Actualizado: 30 sep 2016 / 21:21 h.
"Desvariando","Bienal de Flamenco"

Lo ideal sería que después de estar un mes viendo espectáculos en la Bienal, de hacer casi dos mil kilómetros con el coche, correr cada noche para que no te cierren el periódico y comer a salto de mata, pidieras unos días de descanso para que los huesos volvieran a su sitio y la cabeza dejara de dar vueltas. Lo primero que voy a hacer el lunes es averiguar dónde leches se quedan los calcetines ejecutivos que no te devuelve la lavadora y llevar a la lavandería las chaquetas que he tenido que ponerme estos días, cuatro o cinco diferentes, porque si te ven dos días seguidos con la misma, la gente puede pensar que estás más tieso que un crítico. Luego ir al podólogo a que me explique por qué me han crecido las plantas de los pies, seguramente de las carreras, que más que un festival de flamenco, esto es un maratón. Cuatro veces me han parado para hacerme el control de alcoholemia. «Mire, soy crítico de flamenco, vengo de la Bienal y me van a cerrar el periódico», les dije hincado de rodillas en el asfalto creyendo que chanelan de compás. «De flamenquito, ¿no? Salga y camine por esa raya hasta que yo le avise». En un caso así caminas raro, como para dar lástima, pero te acaban obligando a soplar.

Cuando llegas a casa tu perro te espera cada noche con cara de haber escuchado de un tirón todos los discos de Pintingo, o sea, de pocos amigos, para que lo lleves al campo a hacer sus cositas y ponerse a correr detrás de los conejos, cuando no a oler margaritas, importándole un pimiento si estás vivo o muerto. Ya por fin en casa, tranquilo, relajado, pones la tele y Bruce Lee te pregunta que dónde andabas metido, porque los chinos cobran por horas. Metes un vaso de leche en el microondas y una rebanada de pan en el tostador, los pies en una palangana de agua calentita con gel y sal, y empiezas a darle vueltas en la cabeza a lo que has visto en el teatro. Ya has hecho la crítica y a veces no estás seguro de si has metido a los palmeros en la ficha artística, que si se quedan fuera, como son conscientes de que no van a pasar a la historia por culpa de tu descuido, se cabrean. Te metes por fin en la cama —sin hacer, claro—, rezas un padrenuestro para que la hernia discal te deje dormir y por lo general sueñas con algo relacionado con lo que has visto. Cuatro noches llevo teniendo pesadillas con el gato de Isabel Bayón que alguien manejaba por control remoto desde el patio de butacas. Y, curiosamente, en esta Bienal he tenido sueños eróticos por primera vez y estoy averiguando el motivo, si es porque la Bienal me pone cachondo o porque he descuidado un poco mi vida amorosa.

Por las mañanas te levantas como puedes, te arrastras hacia el cuarto de baño como una culebra y luego enciendes el ordenador para meter los enlaces de los artículos en las redes sociales, donde ya llevan horas poniéndote a parir, antes incluso de que hayan leído nada. «¡Vallase, señor Bohórquez!». Te zampas una tostá y un té con miel, para las agujetas, vas a comprar el periódico y a la pescadería, donde casi siempre te encuentras con alguien que te pregunta que cómo va la Bienal. Tú no vas a eso, sino a comprar un par de caballas para hacerlas con fideos gordos, pero una señora que no ha ido a la Bienal en su vida te pregunta que cómo ha bailado Sara Baras, quien ni siquiera ha estado en el programa. Te sueles encontrar también con el clásico mairenista de la razón incorpórea, quien se cree que eres tú el responsable de que no haya habido nadie del pueblo en el festival. «¿Quién ha cantao entonces por soleá, seguiriyas y martinetes?», te pregunta. Y dependiendo de la respuesta, el pescadero te puede echar tres boquerones menos en el cuarto o darte las caballas del mes pasado.

Hay que volver a la normalidad, si por esto se entiende recuperar un poco tu vida. Al aburrimiento, la rutina diaria y, eso sí, el trabajo más reposado. El mostito de los fines de semana en Palomares, los largos paseos por los campos de Mairena en compañía de Surco, la lectura, acabar de escuchar esos cedés que te han ido llegando este último mes, llevar el coche a que le hagan una puesta a punto y que le pongan neumáticos nuevos, reponer calcetines ejecutivos, ropa interior y las plantillas de los zapatos, limpiar el horno y el frigorífico, darle una manita de plástico al patio a la espera de las primeras lluvias y, sobre todo, hacer lo que te salga de las narices. Cualquier cosa menos coger el coche cada tarde para bajar a la selva, por muy bonita que esté Sevilla en estas fechas, que está de guapa que marea.

Cada Bienal suele dejarnos muchas cosas en la memoria, la mayoría hermosas. Faltaría más que no fuera así. Ahora toca repasar lo escrito y archivar todo por si algún día te encargan un librito de esos que nunca cobras. Guardo recuerdos muy hermosos de todas las ediciones del festival sevillano, desde la primera, allá por la primavera de 1980, cuando con solo 22 años me lo zampé todo. José Antonio Blázquez, Emilio Jiménez Díaz y Miguel Acal eran los críticos de entonces. José Luis Ortiz Nuevo usaba tirantes y lucía una rumbosa barba andalucista. Todavía vivían Enrique el Cojo, Farruco, Antonio Mairena, Juanito Valderrama, Trini España, Antonio el Chocolate y Luis Caballero. Era otra Sevilla, más pequeña, sin tantas grandes avenidas y semáforos, con más tabernas y menos tráfico, en la que los aficionados aún se paraban en la puerta de los teatros a comentar las faenas de los flamencos, con tertulias en los cafés y en el quiosco de Curro el de la Campana.

La Bienal de hoy es mucho más internacional y con más medios, aunque con menos arte y se vive con mucho más estrés. Y es menos flamenca, dónde va a parar. Creo que sería imposible regresar al espíritu de aquellas primeras bienales, pero al menos habría que intentarlo. Dije hace algún tiempo que la cita sevillana acabaría muriéndose por la rutina, por su afán de crecer como sea. Puede parecer que está más viva que nunca, por su repercusión internacional y el hecho de que venga tanta gente de fuera. Pero no es así, la Bienal se ha alejado demasiado de cómo se entiende el flamenco en Sevilla. A pesar de todo, larga vida.