Según la Encuesta Nacional de Salud 2017 del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, el 22 por ciento de los españoles son fumadores. Y esta es la cifra más baja de los últimos 30 años. Es decir, 78 de cada 100 españoles no fuman.
Damas y caballeros, yo soy uno de esos 78 individuos que no fuman porque hace ocho meses que lo dejé. Mi hijo mayor, el otro fumador de la casa, se sumó y lo dejó un par de semanas después. Permitan que presuma de ello y anime a los que todavía fuman a que abandonen la cajetilla ahora mismo.
Ya les adelanto que tampoco es para tanto esto de dejar de fumar. Se ganan tres o cuatro kilos de peso, eso sí. Se trata de estar convencido, de hacerlo sin pensar en nadie salvo en uno mismo, se trata de dejar de hacerse daño uno mismo.
Una noche estaba escribiendo y pensé: me huele el aliento a perro muerto, me huele la ropa a humo muerto, todo lo que como me sabe a alimentos muertos, molesto a los demás desde años, mi fuerza de voluntad está muerta... Un horror, vaya. Y, además, hice algo que nunca antes había hecho: calculé lo que me costaba la broma. Invito a todos los fumadores a que agarren la calculadora, se carguen de valor y multipliquen. Más de uno deja de fumar en ese mismo momento.
He dejado de fumar (después de 35 años haciéndolo) y no me ha pasado nada de nada. Subo mejor las escaleras, no me he vuelto loco de remate ni nada, mi casa no huele a humazo reconcentrado, escribo con la misma fluidez de siempre...
Y creo que soy más feliz gracias a haber dejado el tabaco abandonado