Viéndolas venir

Dentro de tu camiseta

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Álvaro Romero @aromerobernal1
26 jun 2019 / 08:59 h - Actualizado: 26 jun 2019 / 09:01 h.
"Viéndolas venir"
  • Dentro de tu camiseta

La estampa ha dado la vuelta al mundo: un padre y su hija de apenas dos años, dentro de su camiseta, han terminado ahogados en la otra orilla del río Bravo, en la frontera mexicana con EEUU, que es allí como nuestro Estrecho aquí. La familia era de El Salvador y tenía tantas ansias de llegar al primer mundo (el uso del ordinal en estos mundos dentro del mismo nos parece cada día más cruel) que ha llegado para que el resto de la familia solicite la repatriación de los cadáveres. Se acabó su historia en esa camiseta negra para dos. El hombre se llamaba Óscar. La niña, Valeria.

Esta columna puede ser un obituario de ambos desconocidos, pero también tiene vocación reflexiva acerca de la injusticia nata de no elegir dónde nacemos y de la confianza ciega de los niños en el bien. Al parecer, cuando la corriente se los llevaba como a otros tantos inmigrantes muertos en similares circunstancias, Valeria decía adiós con su manita. Adiós como se dice al partir de viaje. Adiós como dicen los niños al pasar cada vez con el carrusel ante sus papis que los miran. Adiós como un juego al marcharse para siempre, pero sin saberlo. Adiós de mentira, pero de dolorosa verdad. Adiós con el corazón, como en una cándida canción que se canta sin pensar. Adiós con la manita, que es el gesto primero que enseñamos a los bebés para que participen ficticiamente de este mundo tan de verdad. Valeria decía adiós con la manita y sonreía, segurísima porque iba con su papá y eso le bastaba.

Su cándida seguridad nos destroza el corazón porque crecer, madurar no es sino inundarnos de inseguridades. En rigor, la vida es estar cada día más inseguros y aparentar todo lo contrario para que nuestros niños sientan esa seguridad con que dicen adiós con la mano, como si fueran de veras a algún sitio. Esa misma seguridad que envidiamos con lágrimas en el corazón a aquel niño sirio en medio de ninguna parte que declaró, tan seguro: “Cuando muera, se lo contaré todo a Dios”. Para aquel niño, lo único seguro iba a ser su relato al Señor. Para los demás, que iba a morir. Por fortuna, nuestra propia realidad la construimos con palabras.