No es fácil encontrar tres derbis en poco menos de un mes; el destino así lo ha querido y así se ha desarrollado. Derbis que tienen un color especial en todo el territorio nacional y fuera del mismo. Si para toda España es sinónimo de luz, intensidad, arte... para nuestra ciudad –y por tanto para todos los sevillanos– supone mucho más, supone el estar unos días, semanas, incluso meses (para los más jartibles) metiendo el dedo en el ojo del rival; ojo que, dicho sea de paso y por eso que estamos en tierra de arte, puede ser el ojo de la madre, padre o hermano... guasa que sólo podemos entender los de aquí. Pero independientemente de lo deportivo, donde en esta ocasión sólo ha habido un vencedor incontestable, me quedo con la ejemplaridad de los mismos.
Anécdotas mejorables aparte, los sevillistas y béticos han dado una vez más ejemplo de cómo afrontar (sin olvidarse de la idiosincrasia sevillana) un derbi. Animando cada uno a los suyos, sumando, intentando evitar cualquier manchita que el altavoz de la prensa central magnifique injustificadamente.
Aquí se han dado muestras inequívocas de saber remar juntos en las alegrías y en las penas. Los ejemplos de Antonio Puerta y Miki Roqué así los han demostrado. Todo lo que no sea eso sería ir en contra de nuestras propias costumbres, ir a contra corriente de esta Sevilla pasional y dual por excelencia.
Si contento estoy porque en esta ocasión quien ha salido victorioso es mi equipo, mucho más lo estoy por la ausencia de incidencias y desgracias. Sevilla debe estar siempre a la altura de las circunstancias. Betis y Sevilla lo han estado. Sevillistas y béticos también.
A esperar otra fiesta del fútbol en Sevilla, que es lo mismo que decir a esperar el próximo derbi.
Mientras tanto, ¡sé feliz!