Lo de la salida en el paso de San Bernardo, acompañado de una banda, es lo de menos. Ni quita ni pone a una efemérides bien trazada por la comunidad de padres carmelitas que han sabido reivindicar lo mejor del arte sacro como vehículo de devoción, como escala del hombre hacia Dios. El crucificado de los Desamparados, obra documentada de Martínez Montañés, se ubica en medio de un cruce de caminos que cambió para siempre la historia del Arte. Así lo ha sabido reflejar a la perfección esa exposición tan minimalista como reveladora que reivindicó el uso del templo como ágora y espacio escénico. ¿Por qué no? El mejor sitio para ver a Cristo crucificado es el presbiterio que da sentido al sacrificio real que representa. Cuando el Cristo de Montañés salga a las calles esta tarde para regocijo de otros paladares habrá quedado atrás esa muestra que trajo hasta Sevilla otros crucificados fundamentales que cierran un hermoso círculo artístico y devocional. La emoción y la devoción siguen acompañando la visión de ese Laooconte expirante de Vergara que se alió a las vicisitudes de su propia historia material para encarnar una terribilitá a la española que aún nos estremece. Frente a él, la dulzura clasicista del Cristo de Pablo de Rojas nos hacía viajar al quinquecento italiano y la poderosa estela de Miguel Ángel. No lo olviden cuando esta tarde contemplen al Señor del Sagrario del Santo Ángel rodeado de cornetas.