Desear lo indeseable

Es curioso cómo nos ponemos tan líricos en algunas ocasiones y tan sanchopancistas en otras, cuando creemos que es mejor lo malo conocido o confiamos en que no por mucho madrugar amanezca más temprano

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29 nov 2015 / 07:50 h - Actualizado: 29 nov 2015 / 09:08 h.
"Truco o trato"
  • Desear lo indeseable

Se dice que la maldición de los sueños es que se cumplan. Tal idea tiene su raíz poderosa en ese paradigma cultural, tan ibérico, que hace del pesimismo virtud y cree que es sabio el refrán de «piensa mal y acertarás». Siglos de desconfianza nos han venido bien, seguramente, como vacuna para gestas suicidas pero a la vez nos han paralizado a la hora de aplicar voluntad y capacidad de cambio sin que venga un hada o un cid campeador a hacernos el trabajo.

Es una manera de vacunarse ante las falsas esperanzas, aunque para desacralizarla, a la esperanza, nadie mejor que el filósofo Comte-Sponville cuando aconseja buscar la felicidad desesperadamente, esto es con más empeño que esperanza, con más voluntad que deseo.

Esta semana he asistido a dos actos que me han llevado de la muerte del dictador Franco a la crisis territorial y de modelo de Estado que estamos viviendo ahora. De un tirón y sin que ni lo uno ni lo otro me parecieran hechos aislados, sino todo lo contrario, con una tremenda lógica en el tiempo y en el espacio. Las 333 historias que el periodista Carlos Santos relata en la Esfera de los libros es una amenísima, rigurosa y diferente manera de contar la agonía de la dictadura y la construcción de un país homologado a otras democracias. Hay varias ideas fuerza en el libro de este comunicador y escritor nato pero al menos dos me parecen indispensables para conocernos y, por tanto, entendernos. La transición no se hizo solo en los despachos sino en la calle, en las iglesias, en el sindicato vertical donde CCOO actuara de termita, en algunas revistas y periódicos, en algunos salones y en muchas tabernas. Y hasta en camas y en coches si me apuran. Aunque el llamado caudillo muriera en la cama (ofreciendo un espectáculo despiadado y lúgubre, mientras sus centuriones se rifaban su capa) en la vida cotidiana se forjaba una España distinta con ansias de trabajo, escuela gratis, medicina y hospital y hasta cultura y prosperidad como tan bien cantó Carlos Cano. Y en esos despachos, esa es la segunda idea, nada fue fácil ni homogéneo ni exento de broncas, traiciones y lealtades. Se pactó nuco y se rompió la negociación una y mil veces pero se jugó con lealtad. Pactar es poner las cartas encima de la mesa y aunque nos hayan ganado de farol respetar al final los acuerdos.

La realidad no es roma. Y cuando en un país hay intereses contrapuestos, heridas abiertas, decisiones que gustan a unos y cabrean a otros hace falta mucha lealtad y mucho pacto para salir airosos y evitar que los problemas, como cadáveres sin enterrar, preparen su venganza.

Esa idea de Santos, precisamente, es la que defendió la profesora Maite Vilalta en el seminario sobre financiación autonómica que organizó el jueves el Centro de Estudios Andaluces en Sevilla. Además de luz técnica, es decir argumentos serios y de peso sobre asuntos varios que deben dar respuesta a las tensiones territoriales, con o sin fueros, con o sin independentismos y centralismos, la economista partió de algo tan elemental como aparentemente olvidado. El Estado Federal, o autonómico, parte de realidades en tensión, es decir no acaba con los conflictos, los define y los plantea con la convivencia como único fin.

La vida es conflicto. Sólo la paz de los cementerios de la dictadura o cualquier gulag acaba con el ruido de la vida. La realidad es puntos suspensivos y el punto final únicamente tiene sentido en las novelas o en el más allá de las religiones. Los pactos se renuevan como la vida misma se renueva.

Y lo contrario es espejismo o muerte.