El fenómeno de la desertificación es uno de los principales retos medioambientales de nuestro tiempo. La desertificación, que no hace referencia al avance de los desiertos existentes en el planeta, es la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Los efectos de la desertificación los sufren directamente unos 250 millones de personas, mientras que unos 1000 millones se encuentran en zonas de riesgo repartidas en más de cien países. Entre ellos se encuentran las personas más pobres, marginadas y descartadas del planeta. La desertificación, de acuerdo con Naciones Unidas, es un problema mundial que conlleva repercusiones graves para la biodiversidad, ecoseguridad, la erradicación de la pobreza, la estabilidad socioeconómica, el incremento de las migraciones y el desarrollo sostenible. Millones de personas se verán desplazadas en los próximos años como consecuencia de la desertificación.
Cada 17 de junio se celebra el Día Mundial para Combatir la Desertificación y la Sequía con el fin de concienciar acerca de las iniciativas internacionales, que nos tememos tibias e insuficientes, para combatir estos fenómenos. La desertificación se debe a la vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, que cubren un tercio de la superficie del planeta, la sobrexplotación y el uso inadecuado de la tierra. La pobreza, la inestabilidad política, la deforestación, el sobrepastoreo y malas prácticas de riego afectan negativamente a la productividad del suelo. De los ecosistemas de las zonas secas, en riesgo grave de restricciones ambientales por la desertificación, depende la subsistencia de unos 2000 millones de personas. La desertificación es un proceso de degradación, influenciada por el hombre, que supone la pérdida del suelo fértil y la incapacidad de los ecosistemas de cumplir con su función de regulación y suministro de bienes y servicios ambientales.
De acuerdo con Greenpeace España, un tercio de España ya sufre una tasa de desertificación muy alta, y lo peor es que, si no se toman medidas urgentemente, esa superficie árida seguirá creciendo; un 75 por ciento del territorio nacional es susceptible de sufrir desertificación. Calor y sequía, una mezcla preocupante que genera un escenario previsible y aciago para Andalucía. Según la prospectiva aportada por el estudio Escenarios Locales de Cambio Climático de Andalucía (ELCCA) actualizados al 4º Informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático IPCC, acometido por la Red de Información Ambiental de Andalucía de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía, el carácter mediterráneo se acentuará tanto en su amplitud (más meses secos y cálidos) como en profundidad (incremento de la magnitud de la aridez). La aridez se irá extendiendo desde las unidades bioclimáticas más secas y cálidas, ocupando el lugar de los enclaves frescos y húmedos, llegándose a producir una simplificación de la actual diversidad climática de Andalucía. Nuestra comunidad autónoma actualmente -de acuerdo con los datos de la serie 1961-2000- presenta una alta diversidad de climas, dentro del marco mediterráneo donde se ubica: Clima mediterráneo subdesértico, Clima mediterráneo de montaña, Clima mediterráneo sub-continental de inviernos fríos, Clima mediterráneo sub-continental de veranos cálidos, Clima mediterráneo sub-tropical y Clima mediterráneo oceánico.
Si tomamos como elementos para ver la evolución del clima en Andalucía en este siglo las diferencias entre los periodos de años 2011-2040 y 2071-2090, podemos ver que, de acuerdo con los diferentes modelos, las temperaturas en Andalucía se incrementan entre 1,6º C y 3,9º C. Lo cual implica una importante subida de las temperaturas que tendrá una relevante incidencia a través de la manifestación de veranos más largos y rigurosos. En relación con la precipitación, podemos observar cómo, de acuerdo con los modelos explorados, disminuye entre un 14,4 por ciento y un 26,6 por ciento. Esto significa una drástica disminución de las precipitaciones en Andalucía, con el grave problema que representa el agua, ya que el 74 por ciento del agua dulce que se consume en nuestra región es por la agricultura.
En relación con otra importante variable climática, la evapotranspiración potencial, entre las series de años indicadas, se aprecia un aumento entre el 9,1 por ciento y el 19,6 por ciento, es decir, un notable incremento de la aridez. El carácter mediterráneo de Andalucía se acentuará tanto en su amplitud (más meses secos y cálidos del año) como en profundidad (magnitud de la aridez de Andalucía). En relación a los grupos climáticos existentes actualmente en Andalucía, el informe pone de manifiesto importantes cambios. Por ejemplo, el tipo climático andaluz Clima Mediterráneo subcontinental de veranos cálidos aparece hoy en un 19,4 por ciento del territorio andaluz, en cambio en el periodo 2041-2070 se mostrará en un 31,7 por ciento de la comunidad.
El 17 de septiembre aparecía en ABC de Sevilla un magnífico artículo de Javier López que alertaba sobre la amenaza que significa la desertización para Andalucía, motivada por tres factores: cambio climático, cultivo intensivo y despoblamiento rural. De acuerdo con la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, si las cosas siguen como van, en el año 2100 el 13,32 por ciento del territorio andaluz será desértico, afectando fundamentalmente a las provincias de Almería, Granada y Málaga. En menos de un siglo el porcentaje de territorio andaluz susceptible de desertización será del 87 por ciento. Para frenar la desertización la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, liderada por el Consejero D. José Fiscal López, desarrolla con gran acierto planificador, a través de una estrategia transversal entre diferentes departamentos de la Junta de Andalucía, un plan de control que tiene como objetivo mitigar la degradación de las tierras andaluzas afectadas, ante el riesgo que supone para Andalucía la realidad futura previsible de menos agua y más calor, un escenario con grandes incertidumbres ecológicas, económicas y sociales. A nivel de España, el 70 por ciento de los suelos se encuentran en riesgo de convertirse en totalmente improductivos para la agricultura, la ganadería o la extracción de agua potable, amenazando la sostenibilidad de nuestro sistema social.
Ya en el año 1992, el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, se catalogó como uno de los mayores retos a los que se enfrenta el desarrollo sostenible. Hemos avanzado muy poco en la mejora del mundo y los problemas son cada vez más serios y afectan a más personas. Según Naciones Unidas, los efectos de la desertificación a nivel mundial afectan directamente a unos 250 millones de personas y unos 1000 millones se encuentran en zonas de riesgo repartidas en más de cien países. Nadie puede negar ya, de acuerdo con Greenpeace, las terribles similitudes entre aquellos que huyen de las amenazas de las armas, con las de aquellos que escapan de la desertificación progresiva, de la falta de agua, de las inundaciones y de los huracanes. El papa Francisco ha realizado una llamada de atención con su Carta Encíclica Laudato Si´ sobre el cuidado de la casa común, merecería la pena por el planeta, sus especies y el mundo, es decir, el colectivo humano, que se escucharan sus palabras y fueran puestas en práctica sus ideas por los dirigentes de la Tierra, en vez de firmar cada vez más acuerdos con unos resultados en realidad bastante pobres para el planeta y sus criaturas, especialmente para las más desgraciadas.
Manuel Enrique Figueroa Clemente
Catedrático de Ecología y director de la Oficina de Sostenibilidad de la Universidad de Sevilla