La Pasión

Desplante democrático

Para vivir al margen de lo establecido y, libre, saltar las reglas y mirar así a una obra recién parida, hay que ser un Dios de la tauromaquia o una divinidad del arte

23 sep 2017 / 23:00 h - Actualizado: 23 sep 2017 / 21:44 h.
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Ayer regresé a esa costumbre con visos de adicción que consiste en detenerme ante el monumento levantado al Faraón en la pequeña glorieta anexa a la plaza de toros más hermosa del mundo. Ese pequeño espacio, ese rincón, tiene magia. Glorieta que, dicho sea de paso, tiene la suerte de abrir los ojos cada mañana observando las hechuras de Romero. Haga frío o haga calor, todos los días permanece al aire de Sevilla esa efigie sobrenatural. Allí estaba otra vez Curro, con su brazo recogido mostrando el codo y ese gesto -desplante glorioso- que convierte el desprecio en argumento estéticamente magistral, entre insolente y dulce, majestuoso, entre divino y humano, sencillamente genial. Para mirar así a a un toro y a una obra de arte recién parida, hay que ser un Dios de la tauromaquia o una divinidad del arte. Embaucado, convencido, absorto una vez más en la postura y el duende del monumento a mi ídolo, pensé en Cataluña y llegué a la conclusión de que para vivir al margen de lo establecido, para dejar de cumplir las normas y las leyes; para pasar por encima de la estructura del colectivo, hay que tener la autoridad moral de quien maneja valores y visiones de la vida tan genuinos, tan puros, que resulte imparable ese torrente de libertad sana y tan limpia que la generalidad de las personas acepten una personalidad auténtica, exenta completamente de impurezas,hasta el punto que un juez dicte una sentencia justificando los rasgos íntimamente peculiares de esa manera de ver la vida de ese hombre que parece de otro mundo. Curro sí puede incumplir un reglamento. Por dos motivos. Lo hace con una sana convicción y no provoca daño a nadie. Estas premisas resumen su manera de ver y mirar, de participar en este mundo. Su convivencia no es dañina, no conoce el odio ni la venganza, no acepta más duelos que el cierre de un seis doble sobre una mesa de peña del Betis a la hora del dominó.

Pero para hacer un desplante, como el que los radicales pretenden hacerle a la democracia en España, no puede uno saltarse las leyes con la intención de aplastar, de imponer, de echar a la cuneta aquello establecido por todos, por el conjunto que vive y convive en libertad y armonía.

Yo le permito un desplante a las normas taurinas a un Faraón como Curro. Pero sus pecados eran que las orejas le parecían despojos, que su corazón no podía encerrar una obra maravillosa en lo que ordenara un reloj, que a la fuerza tenía que esculir aunque no tuviera el barro. Yo a Curro le perdono su radicalidad, su independentismo, su desplante democrático. Porque todo lo hizo, todo, respetando a la ley y, especialmente, sin querer herir a nadie.