Destin y mi bicicleta

Cada año, unos 300.000 niños y niñas son empleados como soldados en enfrentamientos armados, tanto en guerrillas o grupos insurgentes como en fuerzas armadas oficiales

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20 nov 2017 / 10:06 h - Actualizado: 20 nov 2017 / 10:07 h.
"Tribuna"
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Por Javier Cuenca

Save the Children

Fue hace unos años cuando lo conocí. Destin era, o más bien había sido, un niño soldado en la República Democrática del Congo. Desde Save the Children, junto con otras organizaciones muy implicadas en la eliminación de la utilización de niños y niñas en conflictos armados, conseguimos que Destin viniera a Sevilla de la mano de la ONG belga en la que participaba en un programa de DDR (desarme, desmovilización y rehabilitación).

Destin iba a contar su historia, y lo iba a hacer delante de unos 200 niños y niñas de varios colegios de Sevilla. Todavía recuerdo la estruendosa ovación con la que aquellos escolares le recibieron cuándo lo presentaron. Por aquel entonces tenía 16 años y ese día no habló mucho. Las personas de la ONG que trabajaban con él nos dijeron que no era aconsejable que las preguntas fueran dirigidas a conocer detalles escabrosos de su vida, esas cosas que a mucha gente se les pasaría por la cabeza preguntar. Que si había matado a alguien, que cómo es la guerra, que si había visto a algún muerto...

Pocas fueron las palabras que salieron de su boca, pero en su rostro limpio de un niño de 16 años se adivinaba un eco de sufrimiento que él difuminaba con su media sonrisa y su rostro sereno, sus ademanes seguros y sus afectuosos saludos.

Ahora, varios años después, Destin ya no combate en una guerra que no eligió. Su vida ha cambiado y ahora vive tranquilo y disfrutando de su juventud.

Cada año, unos 300.000 niños y niñas son empleados como soldados en enfrentamientos armados, tanto en guerrillas o grupos insurgentes como en fuerzas armadas oficiales. Son empleados como escudos humanos, como combatientes en primera línea, como esclavas sexuales para los soldados, como correos entre diferentes grupos, traspasando líneas enemigas, expuestos a morir en cualquier momento. Son drogados, violados, apaleados, obligados a abandonar a su familia, cuando no a matarla directamente como estrategia de vinculación al grupo, o a presenciar la muerte o violación de algún miembro de la misma.

Quizás de entre todas las vulneraciones de los derechos de la infancia, ésta, la utilización de niños soldado, sea de las más crueles y desgarradoras. La infamia pura y dura.

Ver a Destin montado en mi bicicleta –que me pidió prestada cuando salimos de la conferencia–, pedaleando por el centro de Sevilla, con una pericia insultante al manillar, era ver a un niño de 16 años siendo niño, disfrutando intensamente de otro momento más de tantos de su adolescencia, sin pensar en nada más que en ese momento, dónde sólo estaban él y la bicicleta.

Ver a Destin pedaleando y pensar en los horrores que había tenido que ver, sufrir y experimentar, me llevó enseguida a preguntarme por qué y a buscar mentalmente a los responsables de infligir tanto sufrimiento. La lista era demasiado larga, desde aquéllos que se lo llevaron de su casa y cometieron todo tipo de atrocidades con él y su familia, hasta los gobernantes y fuerzas opositoras de su país, que provocaron el conflicto que asoló y aún asola su tierra. Un conflicto que ha provocado decenas de miles de muertos, refugiados y desplazados, sin olvidarnos de los países del Norte, los desarrollados e industrializados, los que defienden los derechos humanos mientras levantan altas vallas, construyen concertinas, comercian con armas que empuñarán otros como Destin y oprimen a los países empobrecidos con políticas de ajuste y esquilmación de recursos, negando luego la oportunidad de una vida mejor a los que huyen de la guerra y el hambre.

España no se queda atrás. Firmar acuerdos de protección internacional de personas, de defensa de derechos humanos, de erradicación de uso de niños en conflictos armados, son sólo gestos de buena voluntad, pero no más que papeles mojados y tirados a la basura, eso sí, después de una buena foto con amplias y asesoradas sonrisas.

Entre esas sonrisas y la de Destin montado en mi bicicleta, adivinen cuál guardo en mi pensamiento como la más afectuosa, valiente y verdadera y cuál como la más hipócrita, ladina y cobarde.