Estos desastres concatenados de la Madrugá sevillana prueban que la falta de educación es un arma de destrucción masiva. Ha habido quien me ha tildado de exagerado, seguramente porque no ha calibrado con suficiencia, en número de víctimas, qué podría provocar una estampida de pánico mejor organizada aún. En Semana Santa, como en cualquier concentración ciudadana pública, no se cuentan los participantes por cientos, sino por cientos de miles. Así que no digo más.
Sí insisto en la necesidad de cultivar (y abonar) una ética universal entre las nuevas generaciones, una educación cívica sobre la que sostener una inteligente convivencia, porque incluso la organización de la Semana Santa no debe sustentarse a estas alturas sobre ningún fundamentalismo, sea del tipo que sea, sino sobre el racionalismo de una manifestación ciudadana de pleno derecho. No se trata de enfrentar el prohibicionismo al libertinaje, sino de construir sutiles mecanismos educacionales para que el ejercicio de la libertad comience, mutuamente, en la libertad de la otredad. Y eso no se consigue de un año para otro, por muchas reuniones y experimentos logísticos que se preparen contra la barbarie. El mal es siempre más fácil y rápido de ejercer. Y hay que combatirlo con armas radicalmente distintas, desde el individualismo responsable. Con las masas no podemos contar.
El uso torticero de la masificación, el borreguismo y el zafio adoctrinamiento ya es hoy un arma de destrucción masiva, pues se destruye masivamente el verdadero progreso del ser humano. ¿Alguien duda de que si hubiéramos usado como verdadera arma la educación estaríamos lamentando ahora a determinados gobernantes elegidos democráticamente; que el gobierno coreano se entretendría en fabricar esas armas como niños envalentonados y sin educación; que el debate incluso entre altas instancias seguiría oscilando, tan miserablemente, entre moros y cristianos? ~