El último jueves –ya lo contó mi admirado Gómez Palas- fue de esos que relumbran más que el Sol. El Corpus y sus vísperas convirtieron la ciudad en una fiesta para honrar el Sacramento. Pero todo es mejorable... comenzando por el atuendo de algunos cofrades –de todas las edades y ambos sexos– que equivocan la indumentaria apropiada para el acontecimiento. El asunto no se detiene en las variopintas representaciones de las cofradías. Se hace extensivo al largo tramo de eclesiásticos que no lograban ocultar con albas y casullas calzado de todo tipo –incluyendo deportivas y botas de montañero– y hasta los vaqueros de cierto fraile. Y hablando del clero regular: su presencia declinante en el cortejo del Corpus delata demasiadas cosas. No hay que tener miedo a los hábitos, entendibles como la presencia viva y operante de la religión en la sociedad secularizada de hoy. De la misma forma, urge concienciar a las cofradías para mejorar las nociones de protocolo y ceremonial. En presencia real del Santísimo no valen presidencias impares ni varas doradas; tampoco el uso de ciertas insignias –caso de los guiones sacramentales– que no tiene sentido repetir. El guión de la Sacramental del Sagrario, que señala que detrás viene Dios, es el único que debe salir en ese cortejo que sigue arrastrando otro debe: el acompañamiento litúrgico y ceremonial que precede a la Custodia es muy, pero que muy mejorable...