Detectar una crisis es algo realmente difícil puesto que hay que hacerlo en momentos de euforia colectiva, ya que, cuando todo va bien, el inversor se siente confiado y no piensa que las circunstancias económicas pueden cambiar. Pese a ello, las bolsas de valores nos van dando continuos avisos de que el ciclo está cambiando.
Así, en esos momentos, se acepta por la masa de inversores como cosa normal el hecho de tener expectativas optimistas fuera de lo común.
Igualmente, tras subidas continuadas de los tipos de interés éstos se mantienen estables y dejan de subir. Las entidades bancarias conceden préstamos a bajo interés para estimular el consumo. Como consecuencia de ello, se produce un importante aumento del consumo por parte de la población, especialmente en viviendas y automóviles.
De la misma forma se produce una euforia general, especialmente en los medios de comunicación que anuncian grandes recorridos al alza de las bolsas. Comienza a formarse en la población un sentimiento de que algo va a ocurrir, y el ejemplo más cercano que tenemos en España es la creación de la burbuja inmobiliaria de la década pasada. Los precios de la vivienda no dejaban de subir y mucha gente se empezó a preguntar si realmente podían subir más, primeros síntomas de problemas.
En este periodo las empresas como consecuencia del aumento desaforado del consumo, en especial las cotizadas, tienen resultados excelentes pero, en cambio, el precio de sus acciones no refleja dichos resultados y no sube como debería hacerlo.
Se producen muchas ampliaciones de capital y OPVs en las empresas. El hecho de que se produzcan no es buena señal, ya que éstas tienen lugar porque las mismas no tienen suficiente dinero para financiarse en el mercado y se lanzan a pedirlo a los inversores.