Buenos días, caballero. Buenos días, señora que toma El Correo de Andalucía por compaña en el desayuno. Buenos días, camarero de desayuno, taxista de turno, limpiadora de hotel a cuyas manos llega esta página del periódico. Tengo algo importante que decirle, una certeza absoluta, y por eso merece la pena ponerse a escribir a estas horas de la noche.
En todas las casas el aviso para cambiar la hora. Todos los relojes que no son digitales o biológicos tienen que pasar por manos de quienes los controlan y vigilan para seguir funcionando correctamente, al ritmo que nos imponen los negocios, la economía, el turismo, los gobernantes. Una hora más ahora, una hora menos allá por finales de marzo, y en realidad seguimos encendiendo las mismas luces y haciendo las mismas cosas porque la rutina no cambia por mucho que movamos las agujas del reloj.
Anoche se acostaron ustedes relajados por dormir una hora más, pero con la incomodidad de despertar
con muchos relojes trastornados en torno a sí. Los mira uno y nos invade la pereza, como si rechazáramos que este mundo que nos rodea cambiara de repente su ritmo y las máquinas se negaran a adaptarse, y también nosotros.
Lo que yo iba a decirles no es ni nada menos que lo siguiente: Dios no cambia la hora. Dios no busca el provecho de la luz, porque Él mismo es la luz que rompe los cielos a la hora que los niños entran al colegio. Dios no mueve las agujas de su reloj, porque Él es el dueño del tiempo y no hay retraso ni adelanto, sino siempre el momento exacto. «Dios no se muda», decía Santa Teresa, pero el tiempo de los hombres va cambiando siempre, sin darnos tiempo a adaptarnos a lo que nos va llegando.
Dios no va a mover los relojes, ni nos va a hacer sentir atrasados o adelantados, ni nos regala ni nos quita horas de sueño. La inmanencia de Dios es mucho más grande que todo eso, y hay que buscar en esa Piedra fuerte, en ese Alcázar y en ese Baluarte la fuerza para agarrarse a la vida cuando todo cambia, y nada de lo escrito ni planeado parece cumplirse.
Hoy vivimos en otra hora, y en mitad de la noche se nos ha regalado una hora, que seguramente no hemos aprovechado para nada, no hemos disfrutado verdaderamente. «Velad porque no sabéis ni el día ni la hora», nos ha pedido el Señor en el Evangelio. No sabemos si la hora de la gracia era esa hora de más que hoy nos hemos regalado de sueño y de descanso.
No sabemos nada, ni el día, ni la hora, ni el futuro... pero contamos con Él, supremo administrador del tiempo. Él, como ya dije, no cambia la hora. No dejemos que el mundo nos aleje de su Amor.