‘Do ut des’ del Santo Ángel

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10 jun 2017 / 21:55 h - Actualizado: 10 jun 2017 / 21:57 h.
"Cofradías","La apostilla"

Domingo de la Trinidad, pausa e intermedio entre el regocijo de Pentecostés y el calor asfixiante tras el traje oscuro de la fiesta del Corpus. Día para recordar que, Uno y Trino, Dios nos ofrece su gran misterio, que mantiene alejados y divididos a muchos cristianos por la dificultad de comprensión que ofrece. Domingo de la Trinidad en la liturgia, retorno al tiempo ordinario tras una Cuaresma pequeña y deslumbrante que ayer desbordó las puertas de la iglesia del Santo Ángel.

Algunos se empeñan en considerar esta salida noticia de cofradías, pero yo reclamo para ella el lugar de noticias de la Iglesia de Sevilla, trascendiendo el paso, el capataz, la música y hasta la historia de la imagen que fue titular por más de cincuenta años de la hermandad de la Sagrada Lanzada. ¿Por qué es noticia de la Iglesia, de la Archidiócesis de Sevilla? Porque la comunidad carmelita del Santo Ángel, con su flamante prior, Juan Dobado, al frente, ha convocado nada más y nada menos que una procesión de rogativas, que debe escribirse en los anales de la excepción como aquellas que ad petendam pluviam protagonizó la Virgen de los Reyes con manto y saya morados.

Ayer el Cristo de los Desamparados salió para presidir una oración por el mundo entero, por todos los males de la sociedad, los ataques a los cristianos, el temor que se ha instalado entre nosotros. Por eso salió el Cristo de los Desamparados, por mucho que se cumplan cuatrocientos años de su hechura por el maestro Martínez Montañés. Llevaba cirios y flores morados, y eso dice mucho de la tradicional vocación de las órdenes religiosas en Sevilla.

Llego al «do ut des». Muchos fieles entregaban limosnas a los frailes para que oraran por sus intenciones. Ayer la ciudad y quienes la visitaron (eligiendo ésta entre varias procesiones extraordinarias que se convocaron a lo largo y ancho de la región) puso en manos de los carmelitas la oración universal por todos los hombres y mujeres, y ellos, de forma brillante, la llevaron a cabo de forma brillantísima. No podía esperarse menos. La ciudad le dio la imagen del Cristo, le dio el fervor que lo ha acompañado durante siglos y ellos nos han devuelto esta oportunidad única para contemplar esta maravilla del arte en las calles.

Imaginarlo ayer, como en los cuadros renacentistas, sostenido por los brazos del Padre y trasmutando la luminosidad de este sol veraniego por los rayos del Espíritu Santo. No fue difícil imaginarlo. Salió en procesión la Santísima Trinidad, Visible e Invisible. Visible en la madera hecha arte de Montañés, Invisible en esa luz y en esa presencia de Dios que envuelve al Crucificado. Ayer los cofrades contemplaron, de tal suerte, el más grande misterio de la fe.