Donde dije digo, digo...

18 jul 2018 / 20:35 h - Actualizado: 19 jul 2018 / 10:37 h.

Hace escasamente dos semanas publicaba un artículo que titulé ¡Bravo por Rubiales!, ya que me parecieron valientes y esperanzadoras las medidas adoptadas por el nuevo presidente de la Real Federación Española de Fútbol; una, el caso Lopetegui y dos, la anulación del despilfarro que iba a suponer el viaje organizado a Rusia/2018. Es más, terminaba mis breves líneas con un «mi admiración y apoyo» porque así lo pensaba... hasta que tomó la decisión de ponerle formato a la Supercopa de España, o mejor dicho (escrito en este caso) por las formas en cómo lo ha hecho.

Y es ahí cuando mi admiración se iba desvaneciendo cuando no aplicaba esa misma valentía en decirle al Barcelona que un amistoso (en San Francisco) no puede nunca doblegar la fecha de un partido oficial, y mucho menos de una final. Si a ello le unimos que el presidente del Barcelona tiene legítimos intereses –parece ser– en el puerto de Tánger, o que de 45.000 localidades al Sevilla le corresponderían 6.000 porque todos están encantados de ver –y por tanto de apoyar al Barça– la medida me resulta injusta y carente de sentido común.

Pero hay un pero aún mayor, y ese sí me parece grave. El amenazar con sacar a la luz pública los WhatsApp o conversaciones que han mantenido dos personas de forma privada, deja muy en entredicho a quien lo hace o lo pretende. Y ello es así porque todos convendremos en que ni el tono, ni las formas, ni incluso el fondo sería el mismo si supiésemos que nuestras palabras (orales o escritas) pudieran transcender al exterior.

Textualmente llegó a decir el presidente de la RFEF: «Yo aguanto las críticas, pero con rigor». No hay precedentes de hacer cambiar fechas, lugar y formato de una final por un motivo tan inconsistente como el actual, la celebración de un partido amistoso. Para mí, con todos los respetos, eso no es rigor.

Mientras tanto, ¡sé feliz!

Hace escasamente dos semanas publicaba un artículo que titulé ¡Bravo por Rubiales!, ya que me parecieron valientes y esperanzadoras las medidas adoptadas por el nuevo presidente de la Real Federación Española de Fútbol; una, el caso Lopetegui y dos, la anulación del despilfarro que iba a suponer el viaje organizado a Rusia/2018. Es más, terminaba mis breves líneas con un «mi admiración y apoyo» porque así lo pensaba... hasta que tomó la decisión de ponerle formato a la Supercopa de España, o mejor dicho (escrito en este caso) por las formas en cómo lo ha hecho.

Y es ahí cuando mi admiración se iba desvaneciendo cuando no aplicaba esa misma valentía en decirle al Barcelona que un amistoso (en San Francisco) no puede nunca doblegar la fecha de un partido oficial, y mucho menos de una final. Si a ello le unimos que el presidente del Barcelona tiene legítimos intereses –parece ser– en el puerto de Tánger, o que de 45.000 localidades al Sevilla le corresponderían 6.000 porque todos están encantados de ver –y por tanto de apoyar al Barça– la medida me resulta injusta y carente de sentido común.

Pero hay un pero aún mayor, y ese sí me parece grave. El amenazar con sacar a la luz pública los WhatsApp o conversaciones que han mantenido dos personas de forma privada, deja muy en entredicho a quien lo hace o lo pretende. Y ello es así porque todos convendremos en que ni el tono, ni las formas, ni incluso el fondo sería el mismo si supiésemos que nuestras palabras (orales o escritas) pudieran transcender al exterior.

Textualmente llegó a decir el presidente de la RFEF: «Yo aguanto las críticas, pero con rigor». No hay precedentes de hacer cambiar fechas, lugar y formato de una final por un motivo tan inconsistente como el actual, la celebración de un partido amistoso. Para mí, con todos los respetos, eso no es rigor.

Mientras tanto, ¡sé feliz!~