Algún lector que se interese por primera vez por esta tribuna En verde seguro manifiesta extrañeza ante que se hable de la ecología del odio. ¿Por qué un ecólogo no habla sólo del lince, los espacios protegidos, la garza o el paisaje? La explicación es sencilla. Hoy los ecólogos hablamos del mundo, la sociedad y el planeta, lo cual incluye al ser humano con todos sus matices.
El concepto de ecosistema se aplica a escalas, procesos y fenómenos muy diferentes, Por ello, desgraciadamente, podemos hablar de la ecología del odio. Si miramos alguna fuente de internet, vemos que se puede definir como un sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño. Se trata de un sentimiento intensamente negativo que desea el mal para el sujeto odiado. El ser humano que odia trata de evitar o destruir aquello que odia. Muchas personas sienten el odio como opuesto al amor, pensamos: «Están en lo cierto». La violencia es una consecuencia del odio, y por ello las acciones violentas aparecerán como justificadas y no generarán rechazo en una sociedad en la que el odio está incrustado y normalizado como sentimiento. Vivimos en un mundo donde se siente el horror. De acuerdo con diversas fuentes el horror es un sentimiento de gran miedo y repulsión causado por algún suceso terrible. El miedo es una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.
El mundo hoy tiene miedo, Europa tiene miedo, España también. Zygmunt Baumann habla del miedo líquido que impregna hoy al conjunto de la sociedad occidental, quizás al mundo en su conjunto. Un miedo sin cara, sin límites, un miedo que aterra. Un miedo generado por las consecuencias del odio, un odio que se está convirtiendo en global. En el momento y lugar en que escribimos esta tribuna se han oído unas explosiones, muchos vecinos se han lanzado a los balcones para ver que pasa; solo eran cohetes. Los vecinos sintieron, de manera justificada por lo que vivimos, una forma de miedo líquido. Como contrapartida al odio está el amor, un sentimiento de afecto vivo hacia una persona a la que se le desea todo lo bueno. El amor a los demás conduce a la misericordia, un sentimiento manifestado como la inclinación a sentir compasión por los que sufren y por ello ofrecerles ayuda. En la novela La estrategia del agua, de Lorenzo Silva, de la excelente serie del brigada Bevilacqua de la Guardia Civil, su protagonista manifiesta: «El odio es uno de los motores que impulsan a las personas a acabar con la vida de otras personas y su presencia indica un ambiente en el que la muerte puede hacer su aparición. Allí donde existe el odio, existe la inhumanidad. Cuando se abre la espita del odio, un gas tan venenoso como fluido que se diluye en el aire, la catástrofe está servida, porque el ser humano se comporta como si no lo fuera». En su premiada obra La ética de la crueldad, José Ovejero realiza un excelente análisis de la presencia de la crueldad en la sociedad humana, internalizada por ejemplo en el arte, la literatura, la televisión y el cine. Y con ello se aumenta el umbral de insensibilidad ante ella. Observamos noticias de torturas, bombardeos masivos de ciudades o de oscuras muertes en el Mediterráneo y parece que no nos afecta mucho; estamos vacunados ante un horror que vino para quedarse.
Si realizamos un recorrido por las noticias aparecidas en los medios de comunicación este verano, podemos viajar a través del horror, un horror que, quizás derivado de diferentes formas de odio, genera más odio, miedo y sufrimiento. Estamos generando un mundo de horror, odio y miedo. Una Venezuela que no encuentra su camino con un pueblo que sufre, fronteras cerradas, un planeta lacerado, amenazas de una escalada armamentística, una inestabilidad y una guerra silente que no cesa en Afganistán, Irak o Libia, los problemas del cuerno de África y su entorno tan olvidado, un Mediterráneo convertido en tumba permanente, una guerra de Siria que produce muerte y sufrimiento cada día sin que percibe una solución que no sea un holocausto, miles de niños sirios invisibles perdidos por Europa, maltrato generalizado incluido el animal, xenofobia, aporofobia, homofobia y otras indecentes fobias que no nos ayudan al encuentro y la acogida, descartes y desigualdades que no cesan, investigaciones sobre robots y drones para la guerra; y la lacra y pesadilla del terrorismo, un terrorismo globalizado ante un horror diluido, un odio extendido, que ha golpeado a España, en Cataluña, de forma cruel e injusta este verano, y genera horror y miedo, y mucho más odio; y, como consecuencia, una islamofobia tan preocupante como injusta.
Un odio que proviene de otros odios anteriores sobre los que convendría reflexionar y actuar en consecuencia. Por ejemplo, España no puede pedir cordura y vender armas a terceros que las utilizan, quizás, para contribuir a este desatino. Si vemos la televisión, escuchamos la radio o leemos los periódicos percibimos un mundo alejado del amor y la misericordia, tanto a nivel individual como colectivo. Un mundo de odio que hemos creado por ambición de dinero, energía, recursos y poder, desde hace años con consecuencias cada día peores. Creemos, de acuerdo con J.J. Rousseau, que el ser humano es bueno por naturaleza; son las condiciones materiales las que le conducen hacia territorios alejados de su naturaleza y designio original. Estamos lejos de los deseos para el mundo que expresaba Georges Moustaki en su canción esencial Déclaration: «Declaro el estado de dicha permanente y el derecho de cada cual a todos los privilegios, que el sufrimiento es un sacrilegio, y rechazo la legitimidad de las guerras».
En este diario María Graciani (13 de agosto) escribió un artículo con el título La revolución de la ternura, donde recoge la afirmación del Papa Francisco «la ternura es el amor que se acerca y se hace concreto, es un movimiento que parte del corazón. La ternura es usar los ojos para ver al otro». El Papa Francisco pide que el terrorismo no encuentre lugar en el mundo, pero niega que exista el denominado terrorismo islámico: «El terrorismo cristiano no existe, el terrorismo judío no existe, y el terrorismo musulmán no existe. El terrorismo es principalmente el resultado de las desigualdades económicas en lugar de las creencias religiosas. Los pobres y los pueblos más pobres son acusados de violencia pero, sin igualdad de oportunidades, las diferentes formas de agresión y conflicto encontrarán un terreno fértil para crecer y eventualmente explotarán» (mensaje del Santo Padre Francisco con ocasión del encuentro de Movimientos Populares, Modesto, California, febrero de 2017).
La matriz ambiental mundial que estamos generando desde hace años tiene factores ambientales de carácter social y económico que conducen a un mundo sin salida, donde el miedo, el horror y el odio campean a sus anchas como nuevos jinetes del Apocalipsis, acompañando a los originales, el hambre, la peste, la guerra y la muerte, la injusta muerte. Hace falta un cambio, un cambio profundo que nos encamine hacia el escenario que el Papa Francisco llama desarrollo humano integral, con tierra, techo y trabajo para todos. Y sobre todo paz, paz con mayúsculas en un mundo donde el odio no tenga cabida y tribunas como estás no sean ya necesarias, y los ecólogos podamos hablar solo de linces, garzas o paisaje.