Mucho se ha ido transformando la realidad durante los últimos siglos en torno a la celebración del Día de los enamorados, también llamado Día de San Valentín en honor al santo que nació en Terni (Italia) allá por el 176 d. C., y murió en Roma un 14 de febrero de 273 d.C..
Mucho se ha escrito hasta llegar a afirmar el motivo por el que dicho Santo es el patrón de los enamorados, incluida una hermosa tradición, por la cual el propio San Valentín a escondidas -como la religión estaba perseguida- casaba a las parejas bajo el ritual de la Iglesia. Da igual cómo fuere, lo reseñable es que prevalecía el amor, destacaban los enamorados, y así hermosas tradiciones o bonitas historias... de amor.
Hoy muchos años después -no se sabe a ciencia cierta ni el por qué– el día de los enamorados se valora desde otras ópticas mucho más consumistas. Basta ojear la prensa para poder leer titulares como ‘El coste medio de los regalos que hacen los españoles en el día de San Valentín es de 63 euros según datos de Bankinter Consumer Finance...los hombres son los que más dinero gastan, 59 euros, frente a los 53 de las mujeres...’ etc.
Al final uno concluye que el amor no ha cambiado, ni cambia –y si me apuran- ni cambiará...
Pero el día de San Valentín lo ha ido haciendo a velocidad de vértigo.
No me equivoco si digo que hemos pasado a celebrar el amor pasando antes -ineludiblemente- por el Corte Inglés, o por cualquier otro negocio que se precie, si me permite el lector la expresión.
Mientras tanto, ¡sé feliz!