Un querer y no poder. Así se resumía allá por los 90, cuando al fútbol aún le quedaba algo de fútbol, la historia más reciente del Sevilla. Los años de grandeza ya sólo quedaban en la memoria de los más viejos de Nervión. Todo debido a décadas de mediocridad absoluta. La llegada del siglo XXI lo cambió todo, pero no por puro azar. Muchas son las razones. Para empezar se necesita un cataclismo como el de finales de los 90, con el Sevilla en la Segunda División, arruinado hasta no tener para balones y una afición deprimida. A partir de cero, el Sevilla se reconstruyó desde la humildad más absoluta combinada con la osadía más valiente de Del Nido y el acierto inaudito de un director deportivo como Monchi. Sin embargo, muy escondido existe un porqué más. Suele pasar desapercibido y los libros de historia futbolística poco lo destacarán: la unión total de la hinchada y su comunión sin fisuras con los que llevaban las riendas del club. Hasta la muerte. Con ese Sevilla iban (van) al fin del mundo, dispuestos a defenderlo contra el Goliat más despiadado.
Rescato esta reflexión a cuento de lo que está sucediendo en los últimos meses. Hace más o menos una década, aquel Sevilla creciente fue atacado sin disimulo desde Madrid. No se trata de demonizar a la capital de España porque sí, como desde el rincón opuesto del mapa se hace bajo el complejo, ni a sus medios de comunicación, de los cuales formaba parte el que suscribe en toda esa época. Pero el Sevilla fue atacado siempre con agravios comparativos obscenos e informaciones muchas veces tendenciosas (no generalicen: una parte pequeña parte pero muy ruidosa): cierres del estadio, sanciones a sus futbolistas, campañas de desprestigio orquestadas, etc... No hace falta recordar episodios impunes en otros puntos de España. Todo ello no era gratuito, sucedía porque el Sevilla tocaba lo que no hay que tocar.
El Sevilla, desde sus orígenes, está impregnado por un carácter rebelde que hoy más que nunca florece. Se trata de un club andaluz por los cuatro costados que se hace fuerte en una Andalucía madridista (y culé) hasta las trancas. Y pese a ser David ante los dos Goliats del fútbol español, se esmera en tocarle los cataplines a los dos grandes cada vez que puede. Y ha podido muchas veces, lo cual le reporta antipatía en muchos sitios, en su propia Andalucía y en el resto de España. Ese carácter rebelde e inconformista que le llevó a ganarle muchos partidos y finales a Madrid, Barça y Atlético catapultó a muchos hasta la irritación: Pablo Alfaro era el demonio reencarnado pero Pepe se arrepentía noblemente, la afición del Sevilla es violenta por los muletazos de tres niñatos pero el Camp Nou rebosa educación, los cánticos contra Puerta en el Calderón son susurros al lado de un vídeo motivador con pinturas de guerra que merecía la cárcel (en aquella semifinal copera de 2011 el gran periódico nacional, después de clamar contra la violencia verbal del Sevilla, tituló su portada con un elocuente ‘Benzemá saca su fusil’) y ahora el sevillismo es violento y poco menos que el responsable del asesinato de un ultra del Deportivo a manos de los radicales del Atlético, manchados de sangre desde hace años.
Todas aquellas campañas fortalecieron un cóctel que hizo al Sevilla aún más indestructible. Un Big Bang perfecto que reportó el mejor Sevilla de la historia, como aquel milagro que originó el planeta perfecto, la Tierra. La comunión hinchada-club-plantilla era tal que se sentían realmente invencibles. Y eso, Monchi y Del Nido al margen, es la base de todo. Los resultados ya los conocemos. Esta vez el enemigo es muy poderoso, seguramente invencible: la LFP compinchada con nada menos que el Gobierno y la Policía. Han puesto sus miras, sobre todo, en tres grupos de ultra izquierda: Riazor Blues (ya fuera de su estadio), Bukaneros (casi que también fuera de Vallecas) y Biris Norte. Con los Biris han pinchado en hueso. Es un grupo que, queramos o no, está muy metido en los corazones de los todos los sevillistas. No es un grupo ultra al uso. Los episodios de violencia protagonizados por muchos de sus miembros son repudiados firmemente, no se confundan. No va de eso. Y por eso habrá guerra.
Reportajes como el de Sergio Rico en un medio de comunicación que se salvaba de la quema de inmundicia que reina en la mayoría hoy en día y la persecución sin pudor a la que nuevamente está siendo sometido el Sevilla por culpa del último asesinato en los alrededores del Vicente Calderón tiene el efecto contrario al pretendido. Hoy el sevillismo cierra filas con su club tras el durísimo comunicado emitido. El Sevilla se defiende ante nuevas tropelías, qué menos. El enemigo es poderoso, probablemente invencible, pero el Sevilla ya no está de rodillas, defiende a su gente y clama que «los de colorado son los nuestros». Y con los suyos, hasta el final. Hasta la muerte. ¿Preparados para otro Big Bang?