No sé qué hay de verdad o de mentira en la polémica sobre lo que pretendía cobrar Rosalía en Valladolid –medio millón de euros, según el alcalde de esta ciudad, aunque la muchacha lo ha desmentido–, casi el doble del presupuesto de la Bienal de Flamenco de Málaga, que dura cinco meses y a la que van cantaoras que podrían acabar con la catalana con un simple fandango. No daría ni un céntimo por escucharla cantar, pero lo cierto es que se va a forrar y si le dan lo que le dan, un pastizal, ella no tiene la culpa, sino quienes se lo dan.
Sé de buena tinta que el pasado año pedía ya más de doscientos mil euros, cuando no era lo famosa que es ahora. Pero es que hace unos días me enteré de lo que cobran otros artistas flamencos y parece como si no se hubiera ido la crisis. Algunos, y no de mucho renombre, cobran el doble y hasta el triple que toda una compañía de teatro, compuesta por ocho o diez personas y que necesita vestuario y un camión para transportar decorados y otras cosas. Recuerdo que una vez me habló Salvador Távora de esto en Alhama de Granada, donde había una estupenda semana de teatro flamenco. Se lamentaba de lo poco que cobraba su compañía en comparación con algunas figuras del flamenco de hace un cuarto de siglo.
Este es un tema delicado, porque enseguida te salen los artistas reprochándote que te pongas en contra de que por fin sea bien remunerado el trabajo de los flamencos. Les recuerdo que en 1928, Don Antonio Chacón cobraba mil pesetas por concierto, cuando Vedrines creó aquella compañía de ópera flamenca que recorría España. Con mil pesetas te podías comprar entonces una casa. Es decir, que el maestro jerezano, Manuel Vallejo o la Niña de los Peines ganaron mucho dinero. Bien es verdad que los había que se buscaban la vida en los cuartos de la Alameda sevillana o en Los Gabrieles y Villa Rosa, dos locales de la capital de España. Grandes genios les cantaban a los señoritos para poder comer al día siguiente. También hay en la actualidad artistas que no llegan a final de mes, porque no es oro todo lo que reluce en el arte jondo.
Una cosa es dignificar el flamenco y que los intérpretes vivan bien y otra muy distinta poner ricos a determinados artistas en nombre de la cultura. Un ayuntamiento no le puede dar 12. 000 euros a una cantaora que lleva toda su vida cantando lo mismo, y sucede a diario. Que los ayuntamientos andaluces, muchos de ellos, estén pagando unas cantidades sorprendentes a cantaoras o cantaores que no llenan ni una peña flamenca, es totalmente denunciable. Aquel artista que crea que vale lo que pide, que alquile las plazas de toros del país, las llene de aficionados o fans y se ponga rico. Es lo que hace Miguel Poveda.