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El camino que nos llevó

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26 ago 2015 / 18:54 h - Actualizado: 26 ago 2015 / 18:55 h.
"Religión"

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Salir de Ferrol implica rodear rías y fangos oscuros para olvidar el asfalto. Pero aún hay que aligerar el equipaje del peregrino que decide volver a la senda que un día –ya hace mucho– le atrapó el alma. Se trata –esta vez– de emular la ruta que antañazo emplearon los romeros ingleses que se echaban a la mar bravía para desembarcar en estas tierras santas y alcanzar a pie el sepulcro del señor Santiago. Pronto llegará el bosque mágico de Galicia, sus corredoiras, el verde impenetrable de sus frondas y ese temblor conocido –mezcla de ilusión e incertidumbre– al colgarnos la mochila para encarar la jornada con el sol breve de la amanecida.

Las marismas de Neda, las playas y la torre de Pontedeume, las piedras y los blasones de Betanzos –tierra vieja de los Andrades– son las etapas más amables de esta ruta recobrada por el moderno auge del espíritu jacobeo. Pero aún hay que poner a prueba temple y fuerzas para alcanzar el antiguo Hospital de Bruma y la moderna funcionalidad de Mesón du Vento. El bullicio de Sigüeiro anticipa la ciudad y sus polígonos, la meta que quisiéramos demorar a la vez que pensamos, por primera vez, que el camino vuelve a tener un final irremediable.

La llegada a Santiago ya es sabida y sentida; se adelanta en sus torres y espadañas. Pero no es menos emocionante. Anuda lazos, sella amistades, desata llantos y brinda regalos inesperados que nos acompañarán siempre. Es la magia de Compostela, amarrada a la fachada imponente del Obradoiro. En el abrazo al Apóstol se quedaron cajitas de tesoros y peticiones íntimas; secretos del corazón y, sobre todo, la sombra alargada de esos amigos y rostros inolvidables que pusieron nombre a las etapas y tallaron una nueva muesca en el bordón rugoso y vacilante de nuestra vida.