El cante casero

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
16 ago 2019 / 08:06 h - Actualizado: 16 ago 2019 / 08:08 h.
"La Gazapera"
  • El cante casero

Antonio Mairena llamaba “cante casero” al que hacían los gitanos de las cuevas del Castillo de Alcalá, Utrera, Morón, Jerez o el Puerto de Santa María. Gitanos y gitanas que en muchos casos no eran profesionales pero que cantaban maravillosamente y que hacían un cante suyo, en cada casa cantaora, como ocurría en la de Joaquín el de la Paula, Fernanda y Bernarda, Agujetas el Viejo o el Negro del Puerto. Antonio aprendió ahí, en esa escuela, escuchando por ejemplo a Juan Talega o a Tomás Torres, el hijo del gran Manuel. Metiéndose en fiestas celebradas en Lebrija o Marchena o yendo a Jerez a escuchar a Tía Bolola en su humilde casita. Pero en el fondo reconocía que eso no era “de un gran valor artístico”, algo que a mí me asombró cuando lo escuché en una grabación doméstica.

El maestro jamás hubiera dicho algo así en público, en entrevistas o tertulias radiofónicas, pero en privado sí lo dijo en varias ocasiones, restándole méritos a voces tan grandes como las citadas u otras. Hablaba de “desarrollo artístico”, y ahí podemos estar más o menos de acuerdo, porque una cosa es tener un buen sonido, como lo tuvieron Manolito el de María, Perrate de Utrera o el ya citado Juan Talega, y otro es que lo que hicieron tuviera un desarrollo artístico importante. Casos distintos eran Manuel Torres, la Niña de los Peines o Manolo Caracol, que además de venir de casas cantaoras de enorme importancia, llevaron el cante a unos niveles artísticos extraordinarios.

La Niña de los Peines era más o menos de la misma opinión de su pariente Antonio Mairena. Ponía a Chacón o la Trini por encima de esos gitanos que cantaban bien en sus casas o en las tabernas. Sin embargo, en una de sus últimas entrevistas, en el inicio de los sesenta, dijo que “el cante bueno se estaba perdiendo”, y que se mantenía vivo gracias a algunos intérpretes de Utrera y Jerez que conservaban la esencia. Ella también decía que el cante de Frijones era algo casero, sin un gran valor artístico, pero bien que se empapó de sus matices, tanto ella como su hermano Tomás. Me refiero a Manuel Frijones y no a Antonio, que a este lo trataron más bien poco.

Gracias a Mairena, y es justo decirlo públicamente, esas voces de antaño se hicieron visibles en festivales, teatros y peñas. A Juan Talega lo sacó él cuando el viejo león de Dos Hermanas, aunque de familia alcalareña, era ya casi un anciano. Cantó siempre, pero en fiestas o bodas. Sin embargo, Antonio lo ayudó a grabar, lo metió en festivales y hasta le organizó un homenaje en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, cercana ya su muerte, en 1970. De no ser por Mairena, Juan sería hoy uno de tantos cantaores caseros anónimos. Por eso sorprende que le restara importancia en privado, sincerándose con buenos aficionados de Mairena y de Alcalá de Guadaíra.

¿En qué medida se aprovechó Antonio Mairena de los reyes del cante casero para colmarse de gloria artística? Mucho, esa es la verdad. Era algo legítimo, desde luego, porque los grandes músicos de la historia han bebido siempre del pueblo, y Mairena fue uno de los mejores músicos del cante. No solo se aprovechó de ellos, exprimiéndolos, sino que en algunos casos evitó que subieran artísticamente. Los llevaba a veces de palmeros, como a Tomás Torres, con el pretexto de ayudarlos económicamente. Y hasta los utilizaba en los discos para que lo jalearan y le dijeran cosas como “eres el más grande”. Antonio fue un hombre muy inteligente, de eso no cabe la menor duda.

Juan Valderrama podría haber cogido a un olvidado Manuel Vallejo, sin dinero para un café, y haberlo metido en un estudio para que le dijera “¡Viva el rey del cante!”, pero no lo hizo. Ni Pepe Marchena. Cuando Vallejo ya no cantaba y estaba olvidado, Juan lo llevaba en su compañía para devolverle la dignidad y a veces cobraba más que él. Había pérdidas, porque iban a taquilla, y Juan le pagaba siempre el dinero acordado. Lo admiraba tanto que hacía eso por él.

La historia, a veces, no es justa con determinados artistas. Con Juan Valderrama no lo ha sido. Con Mairena, en cambio, sí. Tiene un sitio en la historia, como corresponde al gran cantaor que fue, y, encima, es una figura intocable. Cuestionas algo de su obra y el mairenismo te lapida.