El consenso paralizante

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16 jun 2017 / 23:00 h - Actualizado: 16 jun 2017 / 23:00 h.

Nada más paralizante que un buen consenso. Nada que contribuya más a la quietud y la estabilidad. Una buena apelación al consenso actúa como el gas paralizante de la acción social y política hoy en día. Es capaz de socavar el ánimo del más acendrado y entusiasta impulsor de situaciones.

Corre un mantra laico en nuestra sociedad que inunda toda la atmósfera: Las cuestiones hay consensuarlas. Ello corresponde más bien a la degradación del aforismo de la necesaria búsqueda del mayor apoyo posible y el respeto a los derechos de quienes no piensan como uno.

La cuestión es que buena parte de los avances de la humanidad, bien fueron sin consenso, bien fueron impuestos, bien fueron adaptados por una minoría a la que fueron añadiéndose otros actores. No creo que se encuentre nunca el acta de consenso de la Ley de las Doce Tablas y la Novísima Recopilación. La Unión Europea fue al principio iniciativa de muy pocos países.

Siempre es necesario el diálogo, la explicación y el debate. Siempre es necesaria la confrontación de opiniones. Pero, llegado un punto, hay que aplicar las decisiones. Hay que arriesgarse. John Stuart Mill afirmó que «las mejores ideas siempre tienen tres fases: ridiculización por los otros, debate y adopción».

Ello traspasado a las fronteras de la libertad o del modelo de civilización resulta aún más evidente. Podemos compartir nuestro modo de vida, podemos (y debemos) ser generosos, comprensivos, educados y solidarios. Podemos ayudar y debemos ser ayudados sin displicencia y con respeto. Pero no podemos pactar ni consensuar con quienes utilizan el consenso como un arma a su servicio con el objeto únicamente de paralizar decisiones necesarias o quienes se escudan en él para desgastar aquellos principios que resultan las columnas fundamentales de nuestro modo de vida. Recordemos que la abolición de la esclavitud se consiguió sin consenso. Por votación. Con una mayoría muy ajustada...