Hace aproximadamente un año en el Ambulatorio de El Greco, un médico de familia se convirtió en héroe. La directora del centro, siguiendo debidas instrucciones, no tuvo otra ocurrencia que ordenar la retirada de las imágenes cofrades que habitaban sus paredes.
Dicho así, pudiera parecer que esos muros, por cierto bastante desvencijados y necesitados de algo de pintura para asemejarse a una ciudad que debiera ser la California del Sur, estaban plagados de imágenes. Pero no, éstas eran puntuales y aisladas.
Y aquí aparece el segundo héroe. Un conserje –por cierto afiliado al SAT– que decidió no cumplir la orden.
A los pocos días, Asenjo nos recibía en el Palacio Arzobispal, donde apareció imperturbable pero seguro de la fuerza de quienes habían defendido esta causa.
Con otro titular en el Palacio, probablemente la visita hubiera sido retornada, mediante una televisada presencia en ese impersonal centro de salud. No tengo duda de que una multitud enfervorizada hubiera asistido conmovida ante tamaño gesto.
Sin embargo, el tesón de ambos, conserje y médico, hicieron posible que dichas estampas permanezcan perennes desafiando al tiempo y la memoria de este barrio obrero.
Ayer me desperté con unas declaraciones del arzobispo, en las que afirmaba que Sevilla está sobreexpuesta en sus celebraciones, con referencia especial al Corpus.
La virtud de dichas afirmaciones refuerzan lo arriesgado para quien las pronunció, que no esperó a su conclusión, haciéndolas el día antes.
Como Arrupe saliera en su día después de la intervención papal, en la postura del loto, con la sotana impoluta, y dos zapatos perfectamente alineados en su derredor, la fe no requiere de imágenes, ni de ceremonias.
Los actos más importantes de la vida se hacen en soledad. Se nace y se muere solo. Y por supuesto también se reza o se medita en profunda circunspección personal.
A aquellos que desde que llegó este arzobispo valiente, no han parado de zaherirlo desde la imposible comparación, quizás convendría recordar que esta ciudad que nos une, ha sucumbido demasiado a los versos de Manuel que a los de Antonio Machado. A las vanidades y a los títulos, más que a los vacíos interiores que describiera Rodríguez Sacristán, probablemente el intelectual más lúcido que aún resiste a esta ciudad. Asenjo representa ese aire de Dios o del todo, como ustedes prefieran llamarlo. Ese lugar donde uno debe estar. Porque hoy, sin imposturas, las paredes del Greco siguen llenas de Él.