Manuel Alfonso Rincón
Cuando se iba aproximando el final del franquismo una parte de la burguesía sevillana luchó para que ese final se acelerase, a la vez que se iba preparando para la nueva etapa que se avecinaba, dado que ya se daban las condiciones de una abundante clase media y de que todo nuestro entorno era occidental y democrático. Nueva etapa que no podía ser otra que la democracia.
Esa significativa porción de nuestra burguesía se congregó en torno a nuestro Correo de Andalucía con el apoyo absoluto e incondicional del cardenal Bueno Monreal que, sin dejar de pertenecer a la Iglesia y a su destacada jerarquía, vino totalmente transformado del Concilio Vaticano II.
Bueno Monreal se creyó el Concilio, y toda la apertura y nueva iglesia que proclamaba Juan XXIII, tanto o más que Juan Pablo I. Se lo creyó tanto que muchos empezaron a tildarle de el Tarancón de Andalucía.
Ambos, Bueno Monreal y una parte de la burguesía –de la que formaban parte los que después serían llamados andalucistas como Alejandro Rojas–Marcos, Juan Carlos Aguilar y Emilio Pérez Ruiz, con el apoyo casi diario de los catedráticos de Derecho Carrillo Salcedo y Guillermo Jiménez–, ambos, decía, relanzaron el periódico con un punto de apoyo, los primeros años del periodo del que hablamos, del director José María Javierre, acertadísimo nombramiento del presidente de la Junta de fundadores, Bueno Monreal.
La meritoria amalgama de burguesía lanzada hacia el progreso e iglesia defensora a ultranza de los derechos humanos se vio potenciada por el interés que, en cuanto empezaron a levantar cabeza, los socialistas pusieron en el periódico.
Era la columna que nos faltaba para levantar un interesante edificio con las páginas, más o menos anónimas, de Felipe González y, ya con la firma al pie, Borbolla, Cabrera Bazán, Fernández Viagas y otros, y, por fin, con la suprema e innovadora Sección exclusiva –primera en España– para el ámbito del trabajo titulada Mundo laboral.
Tanta fue la querencia entre uno y otros, entre El Correo y los trabajadores sevillanos, que durante años la forma de saber que ibas a una mani o que estabas en una Asamblea para conseguir algo era ir con El Correo bajo el brazo.
Otra sección de aquella burguesía tomó contacto con El Correo, la de Clavero, a cuya constitución de su partido el PRAC, Partido Regional Andaluz de Centro, fomentamos y asistimos: después se llamó PSLA (Partido Social–Liberal Andaluz) y dejó de formar parte de la amalgama de El Correo, aunque siempre nuestras páginas estuvieron abiertas para sus artículos, y nuestras entrevistas y apoyos fueron constantes.
Comenzada la Transición, aquella burguesía andalucista y ambiciosa de justicia y progreso, y aquel cardenal deseoso de que el bienestar alcanzase a todo el pueblo, potenciada la unión por las ínfulas marxistas del PSOE–renovado (así se llamaba, en contraposición al histórico), no se pararon en el relanzamiento de El Correo sino que, tras estudiar con todo interés el panorama informativo sevillano y andaluz, y visto cómo estaban organizados los grupos de comunicación en el mundo occidental, en junio del 76 sacaron a la calle el vespertino Nueva Andalucía con toda la información de la mañana y reportajes más livianos para los trabajadores que, con su mono azul –tiempos aquellos– a cientos acababan de salir del trabajo.
Porque no había prensa laboral en Sevilla, ya que el que fue diario de la tarde Sevilla, de ideología conservadora y falangista, en abril del 76 había trocado en Suroeste y se había mudado a la mañana.
Pero no pararon ahí nuestros dos protagonistas porque, hay que ponerse en aquellos tiempos, en el tema de las radios no había mucho empuje que digamos en favor de la democracia y, sobre todo, del regionalismo andaluz y de la autonomía ni en Sevilla ni en toda la región: aquella Cadena SER era una Cadena SER absolutamente distinta a la del siglo XXI, y Antonio Fontán era una magnífica persona con una cultura y una simpatía arrebatadoras pero, miembro destacadísimo de UCD y presidente del Senado bien pronto, no tiraba demasiado del carro para que Andalucía fuera autónoma y para que la población asimilara el nuevo proyecto, aunque sus programas tradicionales locales eran de máxima audiencia y sus innovaciones, como los sevillanos del año, fueran seguidos por cientos de miles, y la COPE tenía todavía mucho de sencilla radio de entretenimiento con sus aditamentos del Ángelus a su hora y aquella valiosísima Vida de espectáculos que nos guió durante tantos años.
Vivían también en la ciudad, por entonces, otras emisoras, como Radio Peninsular y el Centro Emisor del Sur, ambas de Radio Nacional y ambas, en lo ideológico, puro Madrid, puro centralismo, tan centralismo y tan repetitivo que la primera fue cerrada en 1978, y entre prejubilaciones y recolocaciones, todos los que habían vivido de aquello pudieron seguir viviendo (esto es España, es decir, esto es la Historia es siempre), y La Voz del Guadalquivir, otra emisora que tal, propiedad de los sindicatos verticales y que tenía su sede en un cubículo en la calle Aponte, es decir, donde sus dueños verticales, la primera a la derecha
Esta, La Voz del Guadalquivir era, si acaso, la más juvenil y más –aunque sea mucho decir– más regional y autonomista, quizá porque en ella habían echado sus raíces, como en el edificio vertical entero, las Comisiones de Obreros (sic), tan autonomista –a juicio de Madrid– que en cuanto UCD se aseguró el poder empezó a difuminarla primero, a integrarla en Radio Cadena Española después, y a su desaparición definitiva.
Como ninguna de las cuatro importantes tiró demasiado del carro, como decíamos, cuando llegó el 4 de diciembre en aquel difícil verano–otoño del 77 en que se fue montando la inmensa movilización, y como La Voz del Guadalquivir tenía poco fuelle, casi todo el tirón tuvo que darlo El Correo para que la manifestación fuera un éxito, y como ninguna tenía programas y, sobre todo, querencia por la nueva Andalucía que había que ir sacando de la nada, nuestro holding –llamémoslo así para entendernos– fundó Radio Andalucía con sus estudios en la misma parcela que ocupábamos en el Polígono industrial Carretera Amarilla ya que aquello, después de mudarnos desde nuestra casa de la nostalgia y de la Historia de la calle Albareda, aquello daba para dos periódicos, para la rotativa, para una radio, y para mucho más.
Y así Radio Andalucía se fue haciendo su huequito en el dial sevillano y andaluz en el 102.4 de la recién llegada FM junto a aquellas memorables que los mayorcitos recordarán Radio–80, Radio Minuto, Radio Aljarafe, Radio Triana de la Cadena de Rodrigo Rato (esta Radio Triana con su sede, las cosas de España, pegadita al muro del Alcázar), etc.
Fue nuestra emisora pronto distinguida por el gran público y, naturalmente, estaba registrada legalmente hasta el punto de que ha hecho, y hace, que nadie en Andalucía, ni en el mundo, pueda tener ese título de Radio Andalucía, como pretendió la Junta desde sus comienzos, teniendo que conformarse nuestro Gobierno regional con llamar a la suya Radio Andalucía Información, Onda Local–Andalucía y otros nombres, pero nunca Radio Andalucía–fetén como era la nuestra, la cual, distinguida por el gran público como decíamos, fue punto importante para el entretenimiento de la ciudad con su club de oyentes, su red comercial de descuentos en multitud de establecimientos, y su mucha música y programas de chismes y del corazón, temas que entonces no se tocaban en los periódicos.
Fue tanto el corazón que pronto tuvimos una especie de subsección llamada Radio Corazón que, con el tiempo, pasó a ser de Jesús Quintero, el loco de la colina, cuando devino empresario.
Pero ahí estaban los Consejos de Administración de la burguesía sevillana y el esforzado Bueno Monreal, y ahí estaba la idea del holding completo de comunicación del que hablábamos y, por fin, también estaba el gigantesco edificio del que disponíamos en la Carretera Amarilla, y ya era democracia, ya –igual que el periódico Nueva Andalucía nació cuando nos encaminábamos hacia la Reforma Política del 76–, ya estábamos en las puertas del referéndum de la Constitución, ya era noviembre del 78: ¿Por qué no damos el último paso; por qué, en este nuestro gran edificio, no ponemos también una televisión?
Y ahí tienen ustedes el recuadro de la noticia, nuestra petición al Ministerio de Cultura de que nos concediera (como todo en radio y televisión en España, son concesiones del Gobierno) el poder montar una cadena privada de televisión, la primera que se solicita en España.
Se llamará Televisión Andaluza y la solicitud va firmada por el entonces presidente de nuestro Consejo de Administración Juan Borrero Hortal.
La cadena abarcará las ocho provincias, y explica someramente sus características técnicas, para lo que, al menos los estudios centrales, ya están preparados (en nuestro gigantesco edificio de la avenida de la Prensa, nombre puesto en razón a nuestra presencia allí).
¿Por qué, en términos generales, se solicita la concesión? Porque es necesaria una cadena privada de televisión para Andalucía.
En qué nos basamos para pedirla: en ese artículo 20 de la inmediata Constitución, inmediata porque estamos a 22 de noviembre de 1978 (fecha de la solicitud) y, aunque la Constitución ha sorteado ya los duros acantilados de la Ponencia, Comisión constitucional del Congreso, el Pleno del Congreso, la Comisión constitucional del Senado, el Pleno del Senado y el Pleno del Congreso, todavía, hasta el próximo 6 de diciembre, no recibirá el refrendo del pueblo y hasta el 28 de diciembre (retrasado al 29) no será sancionada por el Rey y puesta en vigor.
Desde luego hubiera sido la primera cadena privada de España, muy por delante de la que El País publicará el 3 de julio de 1980, páginas 1 y 37, que sería la primera, ubicada en Cardedeu, Barcelona, pero el atrevimiento de nuestra burguesía no era tan grande como el de la barcelonesa y no llegamos a encenderla sin tener el permiso, a pesar de que empezamos a contar pronto con el apoyo de la Asociación de Anunciantes que la requerían (los catalanes sí tuvieron ese atrevimiento, por lo visto, y se la cerraron en cuanto se cumplieron los trámites judiciales: todavía pelearon los vecinos de Cardedeu varios años diciendo que su tele no era privada, que no la incluyeran entre ellas por el magno debate que en seguida se inició en España sobre el tema, pero parece que no hubo remedio).
Debate que llevó a ser la excusa que puso el ministro de Justicia Fernández Ordóñez el 28 de agosto de 1981 para abandonar el gobierno de Calvo Sotelo, puestas como tenía las miras desde hacía años en pertenecer al PSOE; debate que llevó al PSOE a pelear denodadamente (tiempos aquellos) porque las cosas importantes no se podían sacar por Decreto–ley (refiriéndose a la legislación de las televisiones privadas) sino por leyes hechas y derechas (septiembre del 81); debate que nos movió a que en la encuesta que le hicimos a los candidatos a alcalde el 8 de mayo de 1983, porque había elecciones municipales, junto a las preguntas sobre seguir las obras del metro, ¿debe continuar el Festival de Cine?, ¿pondrá usted todo el centro peatonal?..., se les preguntara también por la conveniencia o no de que hubiera teles privadas.
Debate que hizo que el Consejo de Ministros prometiera, solamente, ya con Felipe González en el poder, que en aquella legislatura ya habría ley de televisión privada, etc. etc., porque muchas más referencias de noticias de nuestro Correo podría añadirles, hasta que, por fin, el 3 de abril del 87 (o sea, no fue en la legislatura anterior), el Consejo de Ministros del mismo Felipe González aprobó la Ley de Televisión privada, y el día 11 del mismo mes publicábamos quizá para 1988 ya la haya en España, opinión gubernamental que se alargó hasta el día de Navidad de 1989.
Es decir, nuestra petición de ser la primera cadena privada de España fue en 1978, y la primera funcionando en 1989, ¡11 años después!: ni nuestra activa burguesía sevillana ni nuestro emprendedor Bueno Monreal podían esperar tanto.
Así que nos dedicamos a hacer Andalucía de otra manera, potenciando Radio Andalucía y Radio Corazón, relanzando El Correo de Andalucía y Nueva Andalucía, y sacando del primero, de El Correo, cinco ediciones diarias para Sevilla, Cádiz, Jerez, Huelva y Córdoba.
Lo importante era que la nueva Andalucía tenía que nacer y nacer fuerte, tenía que ser montada casi desde cero creando en todos nosotros la mentalidad de andaluces, de señores de nuestra tierra, montaje entonces, y feliz continuación ahora en la que quiere seguir contribuyendo este Correo, fundado por el cardenal Spínola, con todos los medios que nos dan los tiempos y que ahora son nuestro periódico, nuestra página web y nuestra televisión.