Mientras la cristiandad entera se prepara para conmemorar a partir de mañana el sufrimiento y la muerte de su redentor, los informativos siguen esputando las flemas del mundo, rebosante de bombardeos, idioteces, catástrofes y demás mucosidades sanguinolentas que lubrican el putrefacto interior de este monstruo llamado humanidad. Entre noticias de gaseados y ahogados, se ve que una mujer necesitada de paz ha tirado al mar dentro de una maleta el cadáver de su hija anoréxica, que murió de hambre, para «borrar su recuerdo», y la fiscalía de Rímini, que no sabe de qué culparla para que la moral colectiva quede a salvo, la acusa de ocultación del cuerpo y falta de ayuda prestada a una persona con una discapacidad. A miles de kilómetros al este de allí, fantasmas blanqueados con polvo de voladura de cemento, a quienes solo se les ve el color verdadero de su piel por las rendijas que abren sus lágrimas, muestran al cielo los cuerpos reventados de sus muertos. En Iberoamérica, otros cuerpos, convertidos en barro, quedan excretados para los restos en las fosas sépticas que ha excavado la calamidad en la tierra colombiana, donde se convertirán en más piedra que la naturaleza vomitará algún día no muy lejano sobre otra nueva tanda de paisanos desprevenidos. Además, en lo que informativamente se conoce como otro orden de cosas, la mujer que cayó al río durante el ataque del yihadista asesino de Londres ya es simple anatomía muerta en una morgue. Tomad y comed, estos son nuestros cuerpos, parece decir el presentador del informativo, antes de acabar con las procesiones. Solo un dios loco mandaría a su hijo a morir, protestan. Porque ni para Dios tienen compasión.