El desorden democrático

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27 ene 2018 / 10:44 h - Actualizado: 27 ene 2018 / 10:45 h.

Decía Thomas Piketty, como la democracia no puede sobrevivir si no se ataja la desigualdad. Efectivamente, del carácter económico y político marcadamente sexista, se desprende una idea sencilla: desigualdad y democracia son incompatibles. La última declaración del presidente del Gobierno, sobre la brecha salarial entre hombres y mujeres en España, pontificando que «Mejor no nos metamos en eso ahora, y sigamos por el buen camino» sobre una cuestión que otros países ya han legislado, sentencia la inhabilitación política de su señoría.

Ese desahogo de la máxima autoridad, desmonta el andamiaje de los pilares básicos del Estado de Derecho y de la propia Constitución, al manifestar abiertamente su voluntad política de incumplir el artículo 14 de la Constitución: Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Comportamiento gubernamental y gestión del país, que están actuando como factores relevantes en la deslegitimación de la Democracia.

Entenderán él porqué del disenso feminista con las políticas del Gobierno de la Nación, incluido a quienes lo avalan desde fuera, dado que avanzan a pasos agigantados hacia la liquidación del sistema democrático, imponiendo medidas marcadamente discriminatorias, y ostensiblemente regresivas, pretendiendo provocar un agotamiento del potencial emancipador de la ciudadanía, especialmente de las mujeres.

Sin pudor y envueltos, parece ser, en un manto de corrupción más que impúdico, están desordenando el sistema democrático, convirtiéndolo en un monopolio masculino, entre otras cosas, mediante la invisibilización y exclusión de la mitad de la población, y el nudo irresuelto de su decadencia, y de su propia supervivencia les obliga a atornillar a los y las más vulnerables, consolidando la factoría y la cultura del más fuerte.

Instalándose las élites del poder económico, en todos los huecos del entramado político, institucional, mediático y social, para no dejar que se rectifique el desorden democrático de un modelo androcéntrico, que amasa la jerarquía patriarcal. Por eso atentas a las copias del feminismo funcionarial de las instancias gubernamentales, que distorsionan las transformaciones que críticamente se están planteando. Es necesaria y urgente, una nueva ética política que despatriarcalice la democracia, que democratice la democracia.