El día que enterrábamos a Concha Caballero coincidí con Monereo, un histórico líder del PCA con el que había compartido multitud de trincheras políticas en democratizar IU. Ese día eran los tiempos de la emergencia de Pablo Iglesias, un pupilo de sus escuelas políticas de verano, y cuando le comenté que no me gustaba el escenario en el que colocaba Podemos a la izquierda, y mucho menos un líder al que veía excesivamente egocéntrico como para liderar este proyecto, él me respondió: «Pablito es buen chico, nos vamos a reír mucho».
La próxima vez que me encuentre a Monereo le diré que Pablito me hace poca gracia como dirigente de la izquierda y que me parece excesivamente torpe y descarado. Su última actuación es de una arrogancia supina y de una torpeza que trasciende a su figura. Anticipemos que cada cual con su dinero hace lo que quiere, pero no olvidemos que de ése lo que quiere saldrá reflejado quién es cada cual. En este caso cada cual es un referente de la izquierda que se aupó pregonando la diferencia de los de abajo y los de arriba, de la casta y de la ciudadanía, llegando a decir que seguiría viviendo en Vallecas antes que en La Moncloa y que se ha comprado un chalet en la sierra madrileña. Cada cual no se ha cargado sólo su coherencia ni ha saltado por los aires sólo su propia ética, cada cual arrastra a toda la izquierda y la desarma dialécticamente llevándola al abismo de la incoherencia. Quizás si cada cual hubiese sido menos bocazas hoy entenderíamos la compra de su chalet. El problema es que en realidad cada cual nos deja vendidos.