El enemigo

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Álvaro Romero @aromerobernal1
02 abr 2018 / 22:47 h - Actualizado: 02 abr 2018 / 22:48 h.
"Viéndolas venir"

Cuando Camilo José Cela no había comenzado siquiera su andadura de escritor, que iba a coronarse muchas décadas después con el Premio Nobel, trazó una dedicatoria en su primera novela, la tremendista de Pascual Duarte, que ha quedado para la historia: «A mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera». No fue un postureo, sino una convicción que en martes de pascua como el de hoy cobra sentido especial porque la mayor revolución en que se basa la mayor religión del mundo, la cristiana, es precisamente ese reto tan difícil de amar incluso a nuestros enemigos. El enemigo es siempre un acicate estupendo para mejorar.

Precisamente hoy se cumplen 70 años de la firma del Plan Marshall, aquella estrategia estadounidense para reconstruir la vieja Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial con una ayuda de 13.000 millones de dólares de 1948, el año en que el mejor cine del viejo mundo solo daba para el neorrealismo del ladrón de bicicletas y muchos países aliados ideaban cómo conseguir que Alemania, llamada a convertirse en eterna enemiga, no saliese jamás del agujero... Sin embargo, aquí en Europa, mucho antes de que Berlanga, aquí en España, se divirtiese poéticamente con la burda censura que nos ridiculizaba internacionalmente, la mayoría de los países descubrió que no era posible salvarse sin salvar a su enemigo. Lo terminó de confirmar el país más poderoso de la tierra, que no lo hubiera llegado a ser si no ayuda a prosperar a quienes provocaron la mayor destrucción de la Historia.

La lección, a la inversa, es jugosa: nada ni nadie es tan poderoso que no necesite incluso a sus enemigos para ser. Por lo tanto, nuestro enemigo es poderoso porque se lo permitimos. Por eso triunfan la guerra, el hambre, la comida rápida y la telebasura, la explotación infantil, la prostitución y todas las contaminaciones del mundo. Gracias a que los necesitamos. Pues eso.