No llevo bien que se desacredite con tanta facilidad de lengua y alma la nómina de hermandades de vísperas. Me ocurre cada vez que escucho a quienes se creen en posesión de la verdad absoluta. Siempre pensé que no lleva razón quien más grita y, mucho menos, quien más desprecia. La razón está en los hechos, descansa en las obras y puede verse en los testimonios. Ahí está la verdad, delante de los ojos, y no en los jugos ácidos de los estómagos que apoyan sus malas digestiones en las barras de los bares.
Muchos barrios de Sevilla, más o menos separados de la Giralda en los planos urbanísticos, preparan a esta hora su Cuaresma como lo hacen en el centro, Nervión, Los Remedios, la Macarena o Triana. La Cuaresma es la misma para todos los católicos. No existe una preparación para el tiempo penitencial en las cofradías que llevan varios siglos entre nosotros y otra para las hermandades recién llegadas. Dios es el mismo. Y la Cuaresma también. Todas las cofradías fueron nuevas alguna vez, todas tuvieron dificultades y piezas artísticas de valor más o menos relevante. Y todas soñaron un día con ocupar un sitio de prestigio, y con crecer y dar brillo a la Semana Santa y a la ciudad. Todas las personas tienen sueños legítimos, todos los cofrades tienen lágrimas. Todos los nazarenos purgan sus miserias detrás de un antifaz, sea de terciopleo o de lisa tela humilde remallada a deshora. Dios no se preocupa de vivir antes en un dúplex de un millón de euros que una casa baja de cualquier calle olvidada de la que ni tú ni yo nos sabemos el nombre siquiera. Hay cofrades en todos los barrios, hay fe en todas las esquinas y sueños por cumplirse en todas las papeletas de sitio.
A esta hora estarán dando –otra vez– más sangre en Torreblanca, estarán friendo las patatas en el comedor social de Bellavista para la hora del amuerzo, harán esfuerzos en Alcosa y en Padre Pío, y se estarán partiendo la cara trabajando en Heliópolis y en el silencio del Buen Aire. A esta hora además estarán sonriendo orgullosos de sus avances en Pino Montano y se preparan para seguir rezando con devoción en el Sagrario de la Avenida.
No me gusta ese menosprecio de unos supuestos salvadores de la pureza que, repasemos la historia, no llega por las calidades artísticas sino por las grandezas humanas a la Semana Santa. Miremos nuestro rostro en el espejo antes de lanzar consignas envenenadas que apenas sirven para hacer daño.
Serán cofradías pequeñas en muchos sentidos, menudas, humildes, pero pueden ser más grandes en lo esencial, en lo profundo, que la tuya y que la mía juntas. Ha llegado la Cuaresma. Para todos. Nos sobra bilis. Nos falta Evangelio.