Que vengan sabios Salomones y proclamen la verdad! ¡Que la tierra se trague a los cizañeros embaucadores de la malevolencia! ¡Que nadie intoxique el evangelio de la historia ni intente arrojar veneno sobre los axiomas de la vida! ¡Que las tinieblas envuelvan a los resentidos! ¡Que las Aguas del gran río abran los ojos cerrados de la bellaquería! Brujos escépticos y ateos, lobos con piel de cordero, auténticos maquiavelos escondidos en la jungla de la astucia virulenta y del rencor.
¿De qué vale ahora que el independentismo catalán suscriba las frases teólogas de la argentina sor Lucía Caram, dominica para más señas, contra el misterio de la Inmaculada? Veinte siglos largos patentizan el dogma, el gran dogma contra el que las predicaciones de fray Diego de Molina, de los monjes dominicos de Regina, no pudieron por mucho que sermoneara a propios y extraños, que María de Nazaret fue concebida como él y como Martin Lutero, sin aceptar la Pura Concepción de la madre de Jesús...
Los milagros existen. Lo suscribo. Dios es su gran artífice, el creador de nuestras existencias, al que unos llamamos fe y otros ni lo llaman, al que unos rezamos y otros intentan engañar con golpes de pecho, sin pararse a pensar que todas las religiones de la tierra confluyen en la sentencia de «No hay más Dios que Dios».
Y Sevilla, Madre y Maestra de su propia universalidad, alzó la espada nazarena de su fe y enarboló la bandera concepcionista en San Antonio, en el Postigo del Aceite y en la plaza del Triunfo... Triunfo conmemorativo del terremoto de Lisboa de 1755. Templete de molduras de piedra franca con incrustaciones de mármol, entre cuatro faroles, donde se venera a Nuestra Señora, desde 1757. Tedeum de Todos los Santos de uno de noviembre, junto al gran monumento, levantado en 1918, en el que Vázquez de Leca, Bernardo del Toro, Juan de Pineda y el juglar Miguel del Cid, los más arduos defensores del Dogma, sostienen los cuatro pilares que señalan al cielo azul de Sevilla, coronado por la Inmaculada Concepción.
Sevilla la Sabia, la Santa, la Mariana, la que, volviendo al principio, corrobora aquella cita de que el mayor defecto de los hombres consiste en preocuparse de arrancar la cizaña de los campos ajenos, descuidando el cultivo de sus propios campos. Y ahora, me voy a poner el árbol y el nacimiento con mi familia. Sean felices y disfruten de las Pascuas.