El gran ecce homo de nuestras vidas

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14 oct 2017 / 23:27 h - Actualizado: 14 oct 2017 / 23:27 h.
"La trastienda hispalense"

Caminaba por la Vía Dolorosa, acompañado de Fabio, argentino-israelita y perfecto conocedor de la vida y pasión de Jesús de Nazaret. Sus explicaciones relatadas con todo tipo de detalles, confluían en un punto insospechado donde se hermanaban la historia escrita por cientos de cronistas y antropólogos de todos los tiempos y religiones, con visiones múltiples, la historia popular que corre, de boca en boca y en diferentes lenguas y dialectos, por cada piedra de la ciudad vieja, y la historia fantástica que durante dos mil años ha ido forjando la humanidad en la fragua de la imaginación.

Pura fantasía que me hacía volar a la Sevilla fernandina en la que, al igual que en Jerusalén, se reconocía la libertad religiosa y convivían las tres grandes religiones monoteístas de la tierra... La Sevilla que, desde mi arrabal extramuros de la Calzada, buscaba a diario, a la sombra de los Caños del Oriente de la villa, para adentrarme en el gran tesoro histórico de la metrópolis hispalense, sobre la adoquinada calle Real de la Puerta de Carmona, en la que, desde muy niño, aprendí de mis mayores a la parada obligada ante la reja de peticiones y promesas fervorosas para el Ecce Homo de la Salud y Buen Viaje de los muchos caminantes que, desde siglos atrás, entraban y salían de Sevilla por una de las calles de más trasiego en la historia de la ciudad.

Fabio me conducía, a través del barrio musulmán de la Mezquita, por la Fortaleza Antonia y la Iglesia de la Flagelación, enseñándome el trincarro donde los romanos se jugaron las ropas de Jesús... Y yo, admirado, seguía soñando en la ventana sevillana de San Esteban que nos enseña a Cristo, Coronado de espinas, Rey de los judíos, Rey de los Cielos, en el momento bufonesco al que se ve sometido por sus guardianes romanos, sosteniendo en sus manos la simple caña de la chuzonería pretoriana, que para nosotros es un cetro de «oro molío» para Cristo en la tierra.

El que aún sigue viviendo entre nosotros, el que nos une y nos hermana, el que nos llama a la conciencia –con el martillo de su Gran Poder– «chicotá tras chicotá» en las muchas «levantás» del día a día. El bendito capataz que nos guía por los divinos senderos de su doctrina de fe y de esperanza. El bienaventurado contraguía que nos avisa y alerta de lo que nuestros ojos no ven para que no encontremos obstáculos en nuestros pasos. El gratificante «aguaor» que calma nuestra sed con el agua fresquita del pozo de las virtudes, que no hay mejor jarrillo que el que llena Dios Padre con el cántaro lebrijano de su Gloria.

El que Pilatos presenta al pueblo, en la Calzada de San Benito y luego sentencia en la Huerta del Macario, lavándose las manos en una palangana de plata, bajo el arco de la Macarena... Y entre la calle Oriente y la Vía Dolorosa, Sevilla, Jerusalén y el mundo siguiendo los pasos del gran Ecce Homo de nuestras vidas