El grito de Nuria

Es un cuadro de raíces, de madera sabia y de resina que cae lamiendo las entrañas mismas del pueblo. En su fiesta y en su espíritu. Es la Sevilla real y profunda

h - Actualizado: 04 feb 2017 / 22:59 h.
"Pintura","Momentos de Semana Santa"
  • El grito de Nuria

A menudo nos empeñamos en autodestruirnos, en hacernos daño. Es como si esta ciudad tuviera el gusto de echar estiércol sobre su propia belleza, de embarrar sus luces. A veces lo hace con el olvido o la dejadez. Otras, con la envidia. Y también es frecuente que ataque a su propio ser fingiendo ser una ciudad que realmente nunca fue diciéndole al mundo que somos una tierra de folclore banal y pandereta en una proclama de urbe cutre que se ha quedado dormida en los faralaes. Pero llega Barrera Bellido y demuestra que hay mucho verso en tanto costumbrismo, mucha profundidad en lo que parece accesorio, mucha verdad colgada en las cuerdas de un tendedero humilde pero tenso, fuerte como una recia historia, más respetada en ocasiones por los foráneos que por nosotros mismos.

Nuria acaba de ordenar las perchas del alma de Sevilla en un ropero que dejó abierto Rafa Serna en su pregón. El cartel de Nuria no es sólo hermoso. Es, en todos los sentidos, sevillano hasta la médula. Sevilla se puede retratar de mil formas distintas a esta, cierto, pero la paleta del cartel de las fiestas de primavera de este año ha dado en el clavo. En la canela y en el clavo. Ha dado en el almanaque y en la caja del sombrero, en la maceta y en la túnica, en el mantoncillo y en el espejo. Ha dado en Sevilla.

Que no me diga nadie más que Sevilla debe proyectar otra imagen ante el mundo. Que no. Eso lo tienen que hacer los sevillanos, no ella, que bastante tiene con mostrarse tal y como es. Y Sevilla, la real, la de verdad, sabe muy bien conservar sus cosas dentro de un ropero, aunque a veces nos quieran cerrar las puertas y tirar la llave al río.

El cartel de Nuria Barrera desprende serenidad y temple, es verdad, y calidad y calidez, incluso cierta calma, sosiego y paz con alta dosis de ternura. Pero es un grito. Una reivindicación de la Sevilla eterna, familiar y al tiempo profunda, culta y duradera.

Es un cuadro de raíces, de madera sabia y de resina que cae lamiendo las entrañas mismas del pueblo. En su fiesta y en su espíritu.

Miremos más allá de los lunares y del terciopelo. No dejemos los ojos descansando en los volantes ni el olfato detenido en el incienso de la autocrítica. Nos admiran mucho más allí lejos que aquí dentro. Y los sevillanos sin darnos cuenta. El cartel de Nuria Barrera es un grito de defensa de la ciudad y de su corazón, de la cultura con mayúsculas que subyace tras tanta explosión de color. Sevilla es, precisamente, lo que ha pintado Nuria. Un manjar culto que puede paladear el hombre, y una fiesta permanente para los ojos, que observan absortos una luz que sólo es posible aquí.