El Guadiana asoma por Feria

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01 sep 2017 / 21:50 h - Actualizado: 02 sep 2017 / 00:01 h.

Septiembre llega regalando atardeceres rojos, a los que nunca se acostumbrarán los ojos, por mucho que Serrat se empeñe. Y en ese empeño dejamos atrás la adoquinada calle Peris Mencheta recortando entre álamos el contraste entre identidad de barrio y modernidad, bajo rótulos de gastrobares en un ambiente de lo más snob. Como el río que aparece y desaparece, confluye el bar Guadiana en el delta que forma la ojiva de Omnium Sactorum, donde el montadito de la casa abandera en detrimento de la novedad de la cocina creativa; carne mechá, jamón y salmorejo bajo la dulce tortura de un grill que ha visto salir más de una vez a la Reina de Todos los Santos, ante la cual nuestro tabernero contrajo matrimonio con su señora Matilde, haciendo más un taurino paseíllo que una salida nupcial.

Bajo el toldo rojo y tras la barra desde donde ha visto la vida pasar, Paco, acompañado de su hijo Carlos, me recuerda las lágrimas de su padre, un cántabro que vio arder la imprenta que regentaba tras hospedar a quien nada tenía y que entre papeles, quiso entrar en calor. Trato cercano el que se recibe en un lugar que perdura en el tiempo manteniendo su carácter intacto ajeno a novelerío; vitrina añeja con rememoranza de la osaria “Anisados el Punto”, sana rivalidad deportiva y sobre todo el agradecimiento de quien les escribe; gracias a su hospitalidad pude palpar la sensación de sentirme escritora en una azotea, mientras las campanas anunciaban el transcurrir de la vida latente entre los placeros, los modernos y los gorriones que sorteaban los cordeles de mis soñadas azoteas del barrio de la Feria.