Vivimos tiempos de laberintos, de callejones sin salida en los que había la bestia del miedo y el odio, de la sinrazón del Minotauro que convertido en guerra amenaza los pilares del significado de la palabra democracia. Y todo ello, cuando las pérdidas democracias occidentales –en forma inconsciente o consciente– parecen encerradas en las paredes laberínticas de la incapacidad de dar respuesta a los retos y desafíos de un tiempo, el actual, consecuencia de los pasos dados cuando decidimos entrar en el laberinto aun a costa de perdernos en el seno del mismo y con ello perder la propia lógica de las relaciones humanas y de la política en el sentido amplio de su concepto.
Son tiempos complejos en definitiva estos, tiempos en los que los atentados de París toman las portadas de todo el planeta mientras que los acontecidos en Kenia, Malí, Nigeria, Irak o Libia apenas ocupan los minutos leves de una actualidad que olvida rápido todo lo que no tenga el color eurocentrista y occidental de la noticia. Así, lo cierto y verdad es que vivimos tiempos de avisperos permanentes nacidos al abrigo de la falta de liderazgo político y de visión de los problemas reales que hoy atenazan una Europa desunida y con las costuras cada vez más agrietas por la insolidaridad de quienes conforman este proyecto hasta el punto de contravenir los propios pilares sobre los que se constituyo Europa.
Así, analizar el fenómeno yihadista en Europa, desde la errónea visión de un problema que se soluciona a golpe único de bombardeos en países como Siria o Irak, no viene más que a acrecentar el odio y el coche de culturas. Y todo ello, máxime cuando los atentados que recientemente ha vivido Europa han sido perpetrados por ciudadanos y ciudadanas de la propia Europa. La respuesta al odio y la sinrazón toca encontrarla así en los/as ciudadanos/as que hijos de inmigrantes de tercera y cuarta generación ven hoy cómo en la Europa de las libertades y de la igualdad su existencia se vincula a la imposibilidad de acceso al mercado laboral, a la educación superior a las oportunidades a las que tienen derecho como cualquier ciudadano y ciudadana europeo o europea. Derechos y libertades que en los últimos años y a costa de los índices macroeconómicos y del control del déficit han sido cercenados condenando a miles de personas en riesgo de exclusión social a guetos de extrarradio en donde el caldo de cultivo del odio ha tomado forma. Y todo ello, debido a la ceguera de las democracias que encerradas en el laberinto han sido incapaces de dar respuesta en su momento a la deriva hacia la que la sociedad europea se encaminaba. Y todo ello cuando el virus que hoy sufrimos en el corazón de Europa había dado muestras de su existencia inicial. Toca recordar ahora hechos como los disturbios sufridos en Francia en el año 2005 consecuencia de las políticas policiales de Nicolas Sarzkozy quien llego a denominar a la población musulmana de tercera y cuarta generación como «escoria».
En definitiva, hoy el odio y la sinrazón yihadista han encontrado un caldo de cultivo perfecto en una Europa donde los pilares del bienestar y la protección a los colectivos más desfavorecidos han sido recortados de manera permanente por las políticas de austeridad de la derecha europea. Así, el problema, el grave riesgo al que Europa se enfrente no esta sólo en Siria o Irak donde el Daesh toma forma sino en el corazón de los barrios de las ciudades europeas donde la intervención de la política ha brillado por su ausencia. La política de la inversión en educación y servicios públicos, la política de las oportunidades laborales y de integración social de los colectivos en riesgo, las políticas de la libertad, la igualdad y la fraternidad que hoy más que nunca deben pasar de los himnos a los hechos, de las palabras a la acción. Y todo ello acompañado de una política exterior que sirva para apoyar a las democracias en todas aquellas partes del mundo en donde los derechos humanos son violados de manera permanente tanto por quienes sujetan y disparan el fusil, como por quienes lo venden y por aquellos otros que se lucran del odio y la sinrazón de aquellos laberintos de minotauros en los que se encierra a la paz.
Y es que, la guerra como diría el escritor francés Paul Valery es una masacre entre gentes que no se conocen para el provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran.