Que el final de una película sea absolutamente predecible, supone un fracaso absoluto del guionista y de la dirección de la película; pero si además en la primera escena todo el cine se da cuenta de que el asesino es el mayordomo, la cosa es como para que te devuelvan el dinero de la entrada. Una sensación más o menos así tengo ante el postureo peliculero del acuerdo de PP y Ciudadanos, una trama que en ningún momento generó la más mínima duda de su final y cuyo argumento jamás creó un fotograma inesperado. Las tracas y alharacas del acuerdo forman parte del autobombo de ambos partidos y del apoyo de ciertos medios a un gobierno de Rajoy. Pero todo ello tiene mucho más ruido que nueces y un tufo a falta de respeto hacia el patio de butacas donde estamos usted y yo.
Esta película de investidura ya la conocimos con Sánchez y Rivera y, como en aquella ocasión, asistimos a un acto de investidura abocado al fracaso. Lo saben ellos –y lo sabemos nosotros– por mucha solemnidad y gestos de incertidumbre negociadora que nos quieran vender. El mayordomo es el asesino y las cartas están marcadas...
Ayer afirmó Rivera, un maestro del postureo, que «el PSOE no puede abstenerse de España» en un gesto de confusión de su parte con el todo, lo que me parece absolutamente indigno pretender asimilar a España a esa bajada de pantalones que ellos llaman acuerdo. Si ante el cantado fracaso de la derecha, la izquierda diera los pasos para formar gobierno, el asesino ya no sería el mayordomo y merecería la pena quedarse sentados para ver el final de la película. Verán como eso tampoco ocurre.