En Valencia están gastándose decenas de millones de euros, y más que tienen que pedir, en desatascar esa ciudad subterránea que son todas las ciudades por dentro, por debajo de sí mismas. El atasco, kilométrico en las entrañas de la tierra, lo han producido esas toallitas aparentemente inocentes que todos utilizamos ya para todo: no solo para limpiar el culito de los bebés, sino para todos los churretes que nos rodean. Porque a lo tonto a lo tonto, con la mano tonta, vamos dejándolas caer en el váter como si este fuera la entrada a un abismo de otra dimensión ajena por completo a nuestras vidas. Y no. Las toallitas siguen ahí, porque no dan abasto en la desintegración que prometen sus envases, y van conformando un bicho viviente y penumbroso, movedizo y maloliente que termina por colapsar esas catacumbas cada día más necesarias en nuestras gigantes ciudades para que sigan siendo gigantes.
En realidad el monstruo de las toallitas es una metáfora de todos los monstruos que habitan ya nuestro planeta: como el monstruo del agujero de la capa de ozono, el monstruo de la desertización, el monstruo de la contaminación atmosférica y marina, el monstruo de los plásticos, el monstruo del calentamiento global, el monstruo del efecto invernadero, el monstruo que está terminando con las abejas, el monstruo de las nuevas plagas que producen los plaguicidas en un círculo vicioso y monstruoso que es ya incapaz de detener el principal de todos los monstruos de la tierra: el ser humano.
El monstruo de las toallitas, invisible mientras no nos molestaba, me recuerda a ese sueño de la razón goyesca que produce monstruos, sobre todo porque vivimos en una sociedad extasiada por la fantasía irracional de ocultar, maquillar, disimular todo lo que no le agrada: la muerte, la vejez, el sufrimiento, las cosas a la cara.
Ese monstruo de las toallitas, que se mueve torpe bajo nuestros pies mientras caminamos por la ciudad sin acordarnos de sus oquedades, parece la celulosa materialización del sueño de gente que se siente eternamente joven, aunque su interior vaya por otros derroteros; del colapso de las clínicas de estética; de las drogas sintéticas; de las grasas saturadas; de la sobreexplotación animal. Todo eso terminará reventando algún día esta realidad que alimenta y oculta tantos monstruos mientras no le den la lata.