El niño de la Esperanza

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03 dic 2017 / 10:09 h - Actualizado: 03 dic 2017 / 10:09 h.
"Cofradías"

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La línea vital que marca sus días traza una recta de ilusiones que va y viene del Polígono de San Pablo al hogar de la Esperanza. Sus sueños son los mismos que los de aquellos vecinos, de pelo cano y manos arrugadas, que hace ya medio siglo tuvieron que emigrar a la fuerza desde los viejos corralones de la otra orilla de la Resolana hasta un piso de bloques altos, chapas en los buzones y puertas cerradas a la hospitalidad de antaño. Es cerrar sus ojos y verla siempre a Ella. La Virgen como centro, como universo, como ancla, refugio y fortaleza para salir adelante cada mañana, para no volverle la cara a los problemas y poner un sonrisa de alma blanca a quienes apuñalan por la espalda. Nunca lo habrán visto poniéndose una medalla de vanidad. No es su estilo. Tampoco lo verán colocarse el primero para salir en la foto. Quienes le conocen saben que es transparente y sin dobleces. Tan humilde, tan leal y tan macareno como para saber estar en un segundo plano muchos años, aprendiendo de su maestro y respetando los tiempos.

Sus manos huelen al aroma de la Esperanza. Y le tiemblan cuando la tiene delante, tan cerca. Ese instante de intimidad entre la multitud en el que no la puede mirar a los ojos, en el que siente como tiemblan sus esmeraldas y respira, en el que los encajes cobran vida para enmarcar un rostro que siempre amó, desde que era un niño. Ese pequeño tímido, que se apuntó a la escuela de Garduño y que sin hacer ruido fue de la mano de su maestro para quedarse con todo lo bueno que veía. Callado y atento, sin esperar nada a cambio. Y la Virgen, siempre la Virgen, le devolvió tanta bondad en un sueño cumplido. Cuando su maestro dio un paso atrás, la Macarena dio un paso al frente para sentirse arropada por sus manos. Muchos se olvidaron de él, hubo quien incluso lo sacó de los quinielas, quién quiso aprovechar la oportunidad para adelantarlo por la izquierda. Pero la Esperanza lo cubrió con ese manto que tantas veces había plegado con sus manos para tenerlo a su lado. Porque la Virgen así lo quiso.

En noviembre, cuando la vistió de luto, se despidió de Ella. Esa noche se dijeron adiós a su manera, sin lágrimas en la cara pero con un llanto que le inundaba el alma. Se sabía en manos de la Esperanza y a merced de la justicia de los hombres. Pero de nuevo, la Virgen no le ha fallado. En este inicio de diciembre, el mes de la Esperanza, la Macarena ha vuelto a amanecer vestida de azul purísima, como una Inmaculada de celeste estampa a la que los ángeles adoran como Madre de Dios. Y otra vez han sido sus manos, las de José Manuel Lozano. Ese niño del Polígono de San Pablo que un día soñó con ser el vestidor de su madre para que toda Sevilla la siguiera admirando por una belleza que es más del cielo que de esta tierra. Nadie se lo merece más que él. ¡Enhorabuena!