El niño de la Esperanza

Pero a las diez de la mañana se abrieron los océanos para que el pueblo caminara buscando la cara prometida, el anhelado rostro de Dios, el Hijo de la Esperanza

28 oct 2017 / 23:46 h - Actualizado: 28 oct 2017 / 23:46 h.
  • El niño de la Esperanza

Era viernes de otoño en el barrio de Triana. Las mujeres mayores de la calle Pureza formaban los comités espontáneos de trianeras sabias en las puertas de las casas después de regar las macetas y terminar los mandaos. Expertas en sentimientos, en vientres con apuros de fin de mes y en dolores de parto, los consejos de mujeres con roetes y delantales se formaban en loz zaguanes frescos que marcaban el inicio del territorio de los hogares. “Miarma, ¿no te has enterao? Que mañana viene el niño de la Esperanza. ¡No me digas! Pues Fíjate que anoche entré yo a verla y le noté a la Virgen la cara una mijita más alegre a ella, oye...seré yo, mujer, pero estaba la Señora un poquito más subidita de compás. Ea, pues ya lo sabes, corazón. Que Ella sabía que su Niño venía pa la casa. Me han contao que no lo han dejao mu blanquito, que viene moreno. Hija, ¡igual no lo habrán dejao! Bueno, igual no, pero vamos que está muy bien, que estaba yo preocupá y me han prometío que me va a gustar, que viene morenito su niño”.

Pero a las diez de la mañana se abrieron los océanos para que el pueblo caminara buscando la cara prometida, el rostro de Dios, el Hijo de la Esperanza, el de la mano en la piedra, el mismo que no pierde el equilibrio, ni la honradez ni la hombría aún en las horas de la tormenta. Y las viejas trianeras se pusieron, las primeras, delante del Señor, al que conocían de toda la vida. Lo habían visto jugar, con churretes, con lágrimas, con las rodillas heridas, con el alma rota, fatigado, casi hundido, tambaleándose y poniéndose derecho. Lo habían visto andar de frente, y andar para atrás. Lo vieron pedir perdón y refugiarse en los brazos de su madre, tan guapa que siempre dolió mirarla a los ojos.

Y el consejo de trianeras sabias salió de la capilla, a la calle Pureza, a dictar, a sentenciar, a dejar las cosas en su sitio.

“A vé. El Cristo viene muy guapo porque Él siempre ha sido muy guapo, de toda la vida de Dios y feo no puede venir porque eso es imposible. Y viene más blanquito porque lo han limpiao un poco de todas las cosas feas que tenía del tiempo. Pero vamos, que tiene su moreno y tiene toas sus cosas muy bien. Yo estoy muy contenta con el hombre ése que se llama Pedro y que lo ha tenío en su casa este verano. Pues dí que sí, niña, que es verdad que lo han traio muy apañao. Ea, ya está en casa el niño de la Esperanza”.

Y se disolvió de manera natural el consejo de señoras mayores del barrio. Y regresaron a sus quehaceres diarios con normalidad, canturreando por lo bajini esas letras de forja, esos cantes de fragua, con cerámica en la garganta y mucho compás en los pies. Sonreían. Como sonreía, por fin, la Esperanza de Triana.